Libros que leí: EL NECRONOMICÓN (H.P.Lovecraft y otros autores, 1996, Estados Unidos).

Este libro, pese a no contar casi con ningún texto escrito por el de Providence, es todo un chute de mitología lovecraftiana: que si loto negro, que si culto a Dagon, que si ciudades prohibidas, que si dioses primigenios… Y no sé si el editor lo pretendía pero su lectura ha resultado complicada por culpa de una estructura caótica.

Primero decir que la edición española que ha llegado a mis manos es desastrosa, con letras diminutas, con un índice inútil y totalmente errado, con mezcla de relatos de una página junto a otros larguísimos, etc. Y pensándolo bien, puede que esa leyenda de que leer el Necronomicón causa la locura, con un libro así un poco sí que se logra.

Segundo, si algún incauto se acerca a este volumen buscando una conexión con las películas de Sam Raimi –su saga ‘Evil Dead’– se decepcionará, pues el director tan sólo tomó el nombre y el concepto de un libro maldito (y lo adornó muy bien, eso sí). En Historia del Necronomicón –el único relato escrito realmente por Lovecraft, por desgracia– parece que el célebre autor pretendió ir poco a poco creando el mito de que su ficticio libro mágico había sido redactado en la realidad en un pasado remoto. Esta obra se fue completando gracias a otros autores de su esfera y fans posteriores, que es lo que en verdad contiene este compendio de relatos de terror, en que a continuación destacaré los más notables.

No voy a pararme a mencionar a los autores (más allá de un tal Robert M. Price, que según parece es el que llevó a cabo la compilación… o no, como ya dije, el dichoso libro no te aclara nada), pero los cuentos titulados El muro de Settler, El que aúlla en la oscuridad, Demonios de Cthulhu, El castillo en la ventana y La víbora son un poco así los más interesantes y mejor escritos.

En El muro de Settler dos amigos ven una muralla antigua junto a la carretera y ésta es imposible de escalar, y mientras más la investigan, más perturbadora se hace. Son la clase de relatos cortos de misterio que saben bien que las preguntas son más fascinantes que las respuestas; en El que aúlla en la oscuridad se nos plantea que dos americanos misteriosos se van a vivir a un castillo desde el cual raptan a aldeanos y hacen rituales con ellos, y asesinan mediante magia negra a familias enemigas. El protagonista al penetrar en el castillo descubre los experimentos horrendos que llevan a cabo, siendo este cuento el que más me ha recordado al cine clásico; en Demonios de Cthulhu un niñato le chulea a un bibliotecario el Necronomicón, y con él convoca a una especie de genio concede-deseos (spoiler: sale mal). Este me gustó más por la trama de malicia, envidia y traición entre los protagonistas que por sus connotaciones sobrenaturales; en El castillo en la ventana dos investigadores dan con una casa en que hay una ventana que da directamente al medievo (no hace falta contar que uno se caerá accidentalmente por ella). De nuevo al igual que en el relato del muro, se nos presenta un fenómeno inescrutable en que unos tipos curiosos (los personajes de estos cuentos siempre son gente culta) tratan de darle explicación racional; en La víbora, exponer cualquier ente artístico o poético al contacto con el Necronomicón trae como consecuencia la corrupción de aquél, provocando el inquietante efecto de modificar todas las copias de dicho ente a nivel mundial, haciendo incluso que la gente olvide inexplicablemente el original.

En fin, son relatos imaginativos y entretenidos, razonablemente bien escritos la mayoría, pero en que se han puesto juntos sin mucho tino relatos de tres páginas de extensión, con otros de noventa. Por ejemplo El Necronomicón: la traducción de Dee es el más importante, pues narra diversos episodios de la vida de Alhazred, el “árabe loco” que presuntamente escribió el ya mentado grimorio. Y estos episodios son toda una novela de aventuras con toques aterradores que quizá algún día merecerían ser llevados a la pantalla. Lo malo es que parte de esta novela corta es una especie de manual de brujería, y una relación de demonios ancestrales.

Y es a partir de ahí donde el librito se vuelve cansino, pues se ahonda una y otra vez en que ‘tal fragmento del Necronomicón lo encontró Fulano, pero se lo dio a Mengano y éste lo editó con una mala traducción que ahora, gracias a Zutano, vuelve a estar disponible blabla’, y yo no sé si estos tipos que se mencionan son reales o no, y ya me cansa el averiguarlo, y al final todo es que para hacer creer que el puñetero Necronomicón existe pero cada vez está más y más rodeado de enigmas. Sin ir más lejos El manuscrito de Sussex es toda una suerte de Levítico bíblico mezclado con el Silmarillion, o sea, un plomizo compendio de crónicas arcanas con una abultadísima y copiosa lista de nombres incomprensibles que siempre son Yol’gul o Gol’yul y así mil combinaciones idiotas. En fin, una genealogía de dioses demoníacos y un bestiario sin mucho interés. ¡Hay páginas enteras sólo de oraciones en un idioma inventado! Pero calla que también se describen ritos de iniciación hechicera que, seguramente, los masones y demás sectarios ricachones de la vida real han copiado. Y siempre profecías de la destrucción que ocasionará tal y tal bicho gigante.

A ver, no dudo que estos autores han leído y releído la obra de Lovecraft al completo, y han estudiado a fondo sus referencias históricas y mitológicas, y se han currado toda una biblia negra con paralelismos constantes entre la verdadera Biblia cristiana, el Corán islámico y la mitología clásica. Aunque comparar el Necronomicón con éstas me parece desacertado más allá de la forma, porque que yo sepa los primigenios y los dioses oscuros que aquí se describen son inequívocamente malvados, cuyo propósito “cuando regresen” será el de destruir, devorar y esclavizar. De modo que como religión siniestra, le veo poco público potencial, por más que se esfuercen estos escritores tan morbosos.

Pues eso, que mientras es una recopilación de cuentos de miedo e intriga, el libro se deja leer sin más y entretiene. En cuanto se convierte en una “contra-Biblia” para aprender a ser mago y tener poderes, y hacerse adepto de Nyarlathotep y de sus muertos (nunca mejor dicho), se vuelve una chominá mu grande. Bien escrita y trabajada, pero inútil.

En cuanto al cine de inspiración lovecraftiana, recomiendo ‘El palacio de los espíritus’ y ‘Re-Animator’. ‘Granja maldita’ tampoco está mal (creo que es mejor adaptación del relato El color que cayó del cielo que la que protagonizó Nicolas Cage hace poco). Mas sin lugar a dudas, el mejor largometraje que se ha realizado en que los monstruos imaginados por H.P. mejor han sido plasmados junto a su estilo de terror enfermizo y desesperante, es la producción de 1994 dirigida por John Carpenter ‘En la boca del miedo’. De hecho, uno de los relatos de este compendio escrito por un tal John Brunner, yo apostaría a que la inspiró fuertemente. Si leéis a Lovecraft con pasión, no os perdáis esta película.

Libros que leí: LA REVOLUCIÓN RUSA (E.H.Carr, 1979, Reino Unido).

En fin, quién me manda a mí, sin tener referencias de ninguna clase. Acabo de terminar de leerme un libro titulado La revolución rusa y en él no se le dedica una sola palabra al asesinato de la familia real. No digo un capítulo; no digo un párrafo; no digo una línea.

El pedazo de cabrón este Carr no escribe una palabra acerca de cómo Lenin ordena personalmente el asesinato a traición y a sangre fría (y en secreto, al estilo soviético) del zar, de la zarina, de sus cinco hijos –incluyendo al zarévich de 13 años de edad–, de su mayordomo, de su cocinero, de su médico personal, de su institutriz y de su perro (matan hasta a los perros…).

Y el tío tiene los británicos huevos de escribir un libro con el título La revolución rusa… Y otro tío tiene la poca vergüenza de publicárselo… Y mi padre cometió el fallo de comprarlo y conservarlo… (ese error ya está arreglado, como bien se aprecia en la foto de cabecera.)

Si decidí acabarlo, fue porque mi mente a veces tiene dificultad para aceptar ciertas cosas. Y siempre alberga ingenuas esperanzas de que si un mamón inglés de Oxford estudia los hechos históricos relevantes relacionados con la revolución bolchevique y decide escribir un libro sobre el tema, pues tenga la decendia de mencionar ese pequeño detalle.

Pero de eso nada. Dedica –haciendo gala de estilo plomizo y pedante– docenas y docenas de páginas a constatar las discusiones interminables y vericuetos verbales y discursos y pullas y campañas que se hacían unos a otros para decidir la suerte del desventurado pueblo ruso.

Disculpa a los dirigentes las hambrunas de proporciones bíblicas que provocaron, lo típico, aduciendo falta de previsión, o inocentes errores que podrían haberle pasado a cualquiera… Se empeña en no tacharlos de ineptos despreciables a los que les importaba una mierda si, por conservar el poder y por lograr todos sus chiflados objetivos, se moría media Rusia (y efectivamente, cayeron por millones).

Desprecia a Stalin y admira a Lenin, vaya percal. Es como odiar a Drake y admirar a Barbanegra.

Tampoco sé por qué profesa una odiosa animadversión hacia ‘los campesinos’, describiéndolos como supersticiosos y tercos (casi comparándolos con animales), culpables de retrasar la “colectivización” –que traducido a nuestro lenguaje quiere decir ‘saqueo sistemático a gran escala’ y no otra cosa–. Un desprecio típico de académico urbanita, asquerosamente clasista.

Vale que puedo admitir que en los años setenta, el comunismo se hallaba en la cúspide de su prestigio mundial (o lo que es lo mismo, cuando sus colosales mentiras tuvieron más calado internacional). Pero de ahí a escribir cosas como esta: El obrero soviético, e incluso el campesino soviético, era en 1967 una persona muy diferente de lo que habían sido su padre o su abuelo en 1917. Difícilmente podía dejar de ser consciente de lo que la revolución había hecho por él; y eso pesaba más que la ausencia de unas libertades que nunca había disfrutado ni soñado en disfrutar. La dureza y la crueldad del régimen eran reales. Pero también lo eran sus logros.

Ea, para qué iba a querer nadie libertades que al fin y al cabo podía pasar sin ellas, e incluso mucha gente estaba más a gusto sin imaginarse tonterías de poder decir lo que quisiera y hacer con su vida lo que le pareciese, bah, vaya estupidez. Y bueno, los logros, qué decir de los logros. A la vista están los grandes logros humanos aportados por el marxismo.

Este sujeto que esparció su basura intelectual por universidades de supuesto renombre, siendo uno de los muchísimos sembradores en Occidente de lo guay que es ser comunista (pero nunca ejerciendo realmente, ni por supuesto viviendo en un país del área soviética, válganos Dios), firma un libro que podríamos calificar como ‘triple A’: Abyecto, Amoral y Asqueroso.

Remata su última página con la única frase indiscutiblemente verdadera de entre todas sus gilipolleces: Pero [la revolución] ha producido repercusiones más profundas y más duraderas en todo el mundo que cualquier otro acontecimiento histórico de los tiempos modernos. Y es que cien millones de muertos, incontable hambrunas, deportaciones masivas, regímenes totalitarios y un mundo plagado de guerra y miseria quieras que no produce repercusiones muy muy profundas.

Que el fuego purifique estas deleznables sandeces.

Libros que leí: EL SEÑOR DE LAS MOSCAS (William Golding, 1954, Reino Unido).

Está claro que a los británicos les interesa el concepto de civilización, de sus límites poco definidos y de cómo el individuo se enfrenta a dichos límites. La isla del doctor Moreau es un libro que tengo pendiente hace mucho pues tengo entendido es bastante original e impresionante (y porque ya su autor me logró captar cuando leí La guerra de los mundos). Y aparte, este mismo año me he leído El corazón de las tinieblas, que en cierta manera conecta con el que nos ocupa. Mucho más ligera, la novela Dos años de vacaciones de Julio Verne recuerdo haberla leído de pequeño en una versión ilustrada y resumida. Y El señor de las moscas (65 años posterior) parece este mismo relato filtrado por alguna pesadilla siniestra.

El hilo central me ha cautivado, y siempre me ha interesado el carácter supuestamente auto-destructivo del ser humano en sociedad –a este respecto, recomiendo una película extraordinaria y olvidada cuyo título es RAPA NUI, igualmente situada en un entorno aislado y primitivo–. También digo que no la incluyo entre mis lecturas favoritas, pese a lo fascinante del tema y de la ejecución del mismo, por culpa de su estilo recargado y adornado. Tanta palabrería se me hacía cansina cuando no incomprensible, y más de una descripción o situación no las entendí directamente.

Los puntos en los que yo me centré al leer el texto fueron esencialmente tres: el liderazgo, el miedo y el tabú. Supongo que a otros lectores les llamarán más la atención otros temas también tocados en la novela, pero yo me he quedado con esos.

Establecidos los dos liderazgos, que más pronto que tarde se revelan antagónicos, con sus respectivas –y descompensadas– tribus, la de las normas (razón) y la de los cazadores (pasión), el combate moral que se libra evidencia que el autor conocía muy bien el alma humana. El personaje de Jack cuenta con la ventaja de la superioridad física y también económica (el ser poseedor y administrador de deliciosa carne de cerdo, eso lo convierte en rico). Su agresividad y voluntad de mandar a toda costa hacen el resto. Y cuando asume definitivamente el mando, acalladas las voces discordantes, se confirma que es un tirano, ya que tortura a quien no le obedece o quien considera ha mostrado un mínimo atisbo de rebeldía. Y encima lo hace a través de secuaces: es un déspota clásico.

Dos elementos importantes que son motivos de riña entre ambos jefes son dos reflejos de tímida y frágil civilización: fuego y caracola. Cuando ambos perecen, todo se viene abajo. La llama de la civilización siempre está en peligro de extinguirse en cualquier momento (en aquel lugar recóndito o en la vieja Europa, lo mismo da). Otros símbolos civilizadores algo menores son olvidados prácticamente desde que ponen el pie en esa isla maldita, como sus uniformes y su higiene personal.

Luego, el miedo irracional se apodera de todos, y pronto este miedo se convierte en elemento de poder para aquellos que se sienten con la astucia suficiente como para proyectarlo y modularlo hacia los demás. Y el ambiente para conseguir esto es el idóneo. Por ejemplo, Simon tiene visiones chungas con la cabeza del jabalí, pero en general el clima de la isla, con niños traumatizados que no paran de tener pesadillas y fantasías acerca de una ‘fiera’ que nadie ha visto (y que por consiguiente, es aterradora), es alucinatorio y enfermizo.

Y el elemento fundamental (para mí): el tabú. El pacto tácito sobre un hecho vergonzoso e incómodo* que les lleva a guardar silencio acerca de algo que tendrían que afrontar por su gravedad. Es una sociedad corrompida, ya no es inocente. Porque si alguien comete un crimen pierde su inocencia, pero si los demás conscientemente deciden ignorar o disculpar el crimen, se hacen cómplices, y todos participan en mayor o menor grado. Esto le ha ocurrido a la “tribu” española en su conjunto muchas veces, como el 11 de marzo de 2004, por poner sólo un caso.

* Este hecho son tres muertes trágicas, las cuales aumentan en grado de maldad y de estupidez chiflada conforme se van sucediendo: la del niño de la mancha en la cara, que “desaparece” después de que los mayores incendiaran accidentalmente parte de la isla; la de Simon, que muere a manos de una turba enloquecida y confusa; y la de Piggy, que es ya un acto premeditado y cruel, una demostración de poder en contra de la disidencia; y habría que incluir el asesinato frustrado en el último segundo de Ralph, cuando los isleños se han convertido todos en una única voluntad, manejada, en efecto, por el Señor de las Moscas.

Y en lo referente a las películas que se han hecho, comentar que en esta vida no hay nada más engañoso que el prestigio. Y lo digo porque el afamado Peter Brook encabezó su primera versión de cine (1963), la cual, no parece una película de verdad. Parece más bien el trabajo primerizo de algún prometedor director, hecha a lo experimental. Rodada además con un feote blanco y negro que hace que la filmación parezca quince años más antigua de lo que es, y con unos niños con los que no habían ensayado lo suficiente. Nunca la doblaron al español porque se dieron cuenta de que era un tostón.

La moderna (1990) es, en comparativa, mil veces superior (inexplicablemente, peor valorada), y me atrevería a calificarla como un pequeño clásico, y la plasmación definitiva de la novela en la pantalla. Si bien admito que es un largometraje desagradable de ver, al igual que el libro es desagradable de leer, y su tema central es desagradable de recordar. Hay sombras en nuestro corazón que, aunque es necesario asumir, siguen siendo ingratas, y siempre incomoda pensar en ellas.

Libros que leí: EL GUARDIÁN ENTRE EL CENTENO (J.D. Salinger, 1951, Estados Unidos).

No sé de estilos. ¿Es esto realismo? ¿Realismo melancólico? El viaje de un chaval recién expulsado de un colegio privado hacia paraderos desconocidos, mientras comparte sus amargas reflexiones resultantes de interactuar con toda suerte de “fauna urbana”. Es un libro muy bien escrito, no muy largo, y que por su forma y estructura se lee de una sentada. Y el sabor de boca que deja es ambiguo.

Se hace repetitivo con ciertos dejes, como de verdad, o siempre opinando lo de lo más deprimente que es todo, o expresiones recurrentes como lo sacan de quicio a uno, lo vuelven loco a uno, lo desesperan a uno, etc. Al final, el niñato de marras te acaba cayendo gordo por lo quejica, por lo errabundo y por lo contradictorio que es. Se supone que es un retrato muy incisivo sobre los problemas de la adolescencia, pero yo veo más bien a una persona con problemas psicológicos serios, además de claramente traumatizado, por un hermano muerto trágicamente y unos padres con los que no tiene confianza. Todo muy ‘American style’, supongo.

Pero no logro empatizar demasiado, pese a que la lectura es amena, entretenida y muy enganchante. Me alegro, sin embargo, de haberlo leído para entender mejor el porqué se convirtió en todo un fenómeno social, y también comprender el fetiche que muchos tarados y personajes con problemas emocionales graves hicieron de la novela y de su protagonista. Estos infelices compraron de forma instantánea la personalidad en cierta manera arrolladora de Holden Caulfield, ya que seguramente carecían de ninguna propia.

A mí, Holden me gustaría más si no fuera porque antes de leer el libro, me había hecho a la idea de que el personaje era de extracción social baja. Pero muy al contrario es un niño pijo, y además de los descontentos, o sea, la clase de persona con la que menos me puedo identificar del planeta. Casi todos los episodios consisten en qué decidirá esta vez Holden gastarse el mucho dinero (para un adolescente) que le han dejado sus padres, teniendo la libertad de alojarse en hoteles, irse de copas, moverse de aquí a allá en tren y en taxi… Es un mimado inconsciente, de los que no saben valorar su suerte (en eso sí refleja muy bien a los jóvenes).

Por otra parte, el relato de las desventuras de Holden Caulfield me parece la radiografía de un misántropo, y de un ermitaño en potencia, que de hecho es en lo que se acabó convirtiendo el propio autor, sin conceder entrevistas ni dejarse ver casi por nadie el resto de su vida. La película de 2017 REBEL IN THE RYE consigue recrear satisfactoriamente la vida del tal Salinger y sus dificultades para engendrar su gran obra maestra.

Libros que leí: LA REVOLUCIÓN ESPAÑOLA VISTA POR UNA REPUBLICANA (Clara Campoamor, 1937, Francia).

Al fondo, la Catedral de Jaén, edificio histórico y sagrado que el muy demócrata Frente Popular convirtió en una improvisada cárcel para derechistas

Otra ignominia más en lo que al estudio de la II República y la guerra subsiguiente se refiere. Y me refiero al manto de silencio que hay (que ha habido durante décadas) sobre libros esenciales como este. Clara Campoamor no hace como sus compañeros de la política: irse a un casino parisino y redactar una parlotada cursi y falsaria sobre lo trágica que ha sido nuestra lucha fratricida y blablablá.

La Campoamor no hace retórica pelmaza como Azaña y compañía. Ella escribió in situ un análisis certero y riguroso del cómo y del porqué de una situación tan lastimosa que la obligó a salir pitando de España, asustada (con toda la razón) ante los registros ilegales, saqueos y asesinatos que los milicianos de la “república” estaban llevando a cabo en Madrid con total impunidad.

(…)‘Quedarse ciego con tal de que otro se quede tuerto’. He aquí toda la política del Frente Popular en la lucha armada que, sin ningún éxito apreciable, prosigue sin interrupción desde hace meses.

Doña Clara describe al breve régimen republicano como un estado fallido, errático al principio, corrupto más tarde, y completamente deschavetado al final, presa de violencia y de extremismos totalitarios (los que ya asomaban la cabeza desde Europa). Atinada en señalar a los socialistas y a los separatistas como los culpables en última instancia de desplomar la legitimidad de los gobiernos republicanos, no se pierde en sentimentalismos ni en amarguras a la hora de relatar los vaivenes traumáticos de la república burguesa por la que tanto había combatido, y que hacía ya tiempo se había convertido en un intento mal llevado de república soviética, patrocinada por una potencia extranjera totalmente ajena a los conceptos de libertad e igualdad en los que ella creía.

Podemos afirmar que la República española, nacida el 12 de abril, cae hoy aniquilada por las fatales consecuencias de las divisiones de los republicanos y de la alianza de una parte de los republicanos con los socialistas.

Da en la diana por cierto cuando predice que cualquiera sea el bando ganador, instaurará una dictadura que someterá con crueldad a los del bando perdedor. ¡Y escribió esto antes de cumplirse un año desde el estallido de la guerra!

Llama la atención que no se nos pone pastelosa o quejica a pesar de que sufrió lo suyo escapando de Madrid y del país, aguantando amenazas, arrestos e incluso alguna chabacana conspiración para asesinarla, todo eso mientras cuidaba de su anciana madre de 80 años y de una sobrina de 14. Se deduce que el riesgo de la huida merecía la pena, siendo ella testigo directo de cómo los pistoleros anarquistas, comunistas y socialistas saciaban su sed de sangre todas las noches desde aquella del 12 de julio, en que la guardia personal del socialista Indalecio Prieto saca de madrugada al diputado José Calvo Sotelo de su casa y lo mata de un disparo en la cabeza en el mismo coche en que supuestamente lo iban a llevar a jefatura (¿os imagináis a guardaespaldas de Pedro Sánchez secuestrando a Feijóo o a Abascal y asesinándolos?).

He aquí cómo los republicanos de izquierda y los socialistas han conseguido transformar en beligerantes contra la República a fuerzas que siempre habían peleado por ella.

Es importante leer estos libros (pese a estar medio enterrados por la oficialidad), ya que si un buen día el presidente del gobierno sociata dice a viva voz que ‘Clara Campoamor tuvo que salir de Madrid huyendo del fascismo’, nosotros podemos al menos saber que está faltando a la verdad, e incluso decirle a su jeta de cemento: ‘no, oiga, salió huyendo de ustedes’. Y es importante que leyes dictatoriales como la de “memoria histórica” (cuyo nombre ya parece un sarcasmo) no salgan nunca más adelante, no vayan a prohibir los libros de Clara Campoamor, que de primera mano dibujan una II República sensiblemente distinta a la que los charlatanes pretenden obligar a creer a las nuevas generaciones.

Se llegó de este modo a constituir, más que un movimiento republicano, un movimiento contra la monarquía. (…) Se votaba contra la monarquía personal de Alfonso de Borbón y no por una revolución social que estremeció el país de arriba a abajo.

Doña Clara explica la vieja proclama de que ‘la República murió por falta de republicanos’.

Los ingenuos republicanos, demasiado ilusionados por la llegada de la República, no pensaron un instante en la organización que iban a dar al nuevo régimen. Tenían tan escasa fe en su éxito que se vieron sorprendidos por las pesadas tareas del gobierno cuando no tenían pergeñado ningún plan, ninguna idea de lo que debían o podían hacer.

Y ahonda todavía más:

Han demostrado desde 1931 una incapacidad política que ha desbordado todas las previsiones. Al final no vieron el abismo hacia el que empujaban al país decidiendo, a la ligera, sostener una lucha durante la cual tendrían que armar al pueblo.

Pase que hicieran todo lo humanamente posible por impedir que las mujeres votasen, vertiendo sobre la señora Campoamor toda especie de insultos y desprecios. Pase que ahora se apropien de ese triunfo que no sólo no les corresponde sino que además se desvivieron por evitar. Pero que reescriban la biografía de una mujer que lo único que hizo* fue tratar de sobrevivir a la terrible guerra que ellos mismos habían provocado encima, ya jode. YA BASTA, MIERDA.

* Bueno, eso y su ‘Pecado mortal’, osar contravenir los designios de la izquierda mafiosa y no parar hasta que el voto femenino no fuera una realidad.

Todos los republicanos, si hubiesen estado unidos, habrían indudablemente podido lleva a cabo una política liberal, burguesa, evolucionista, tan alejada de las ambiciones más desfasadas de la derecha como de las vanas aspiraciones del marxismo. Desgraciadamente las disputas internas y muy especialmente la envidia de los líderes, abortaron todo posible desarrollo, al acusarse mutuamente cada parte de extremismo de una u otra tendencia, y lo que es peor, de falta de escrúpulo en la administración. No se desdeñaba ningún arma, mientras pudiera herir.

En ese párrafo, en fin, manifiesta sutilmente que no era nada amiga del marxismo. Y el marxismo, el anarcosindicalismo y el separatismo defenestraron la república finalmente, así que es natural que no les profesara admiración alguna, ni a esos movimientos ni a sus mediocres líderes.

P.D.: el listillo progre (seguramente de derechas, de los “equidistantes”) que se marca un prólogo de cien páginas, se podría haber ahorrado su opinión sectaria y vulgar, tan propia de nuestros tiempos. El tipejo además se arroga sin ningún pudor el derecho a censurar a la autora cuando en algún punto de su obra, ella se atreve a alabar a los quintacolumnistas que se jugaban el pellejo en el Madrid del terror rojo, más concretamente cuando disfrazaban un vehículo para parecer de la Cruz Roja y, con él y desde él, acometían actos de sabotaje ametrallando a asesinos del Frente Popular. ¡Ole sus huevos de ellos, digo yo!

Libros que leí: EL NOMBRE DE LA ROSA (Umberto Eco, 1980, Italia)

Siendo casi el único best-seller que he tocado en mi vida, y habiéndolo leído cuando el paso del tiempo lo ha puesto en su sitio, debo decir que se trata de un libro que engancha y que es muy difícil de clasificar.

El trabajo de documentación de Umberto Eco es evidentemente muy riguroso, y su respeto (y posiblemente fascinación) por la religión queda plasmado en sus páginas. Hay finas exposiciones acerca de la contradicción del pensamiento religioso, o del comportamiento de los monjes, o de la validez de una institución religiosa que intervenga en los asuntos políticos. Pero se ve que este no es un autorzuelo de panfleto barato de El País. Y sorteando con habilidad las etiquetas de “buenos y malos”, expone con credibilidad diferentes corrientes de pensamiento, a veces chocantes entre sí, y conflictos en que los individuos tomaban partido según su conciencia y sus intereses, exactamente igual que en la actualidad.

La desesperada búsqueda de un libro que parece acarrear la muerte a quien se acerca demasiado a él (lo que en cine se llama un ‘mcguffin’) y ese mágico y aterrador lugar, el laberinto prohibido, hace que ese morbo innato que sentimos por lo esotérico y lo oculto se vea más picado aun cuando la historia transcurre en un lugar recóndito y enigmático de por sí: un monasterio en lo alto de una montaña en un lugar fronterizo y poco accesible.

Cierto que hay episodios que se alargan innecesariamente, cargados de descripciones “ultra-hiperbólicas”, como uno en que Adso describe un sueño grotesco por tres o cuatro insoportables páginas. También la desconcertante aparición del personaje de Bernardo Guy y su –en verdad poco relevante para con la historia– apresurada injerencia en el concilio de los franciscanos, más su empeño en llevarse consigo a algunos culpables de herejía con los que justificar su supuesto celo inquisidor.

Este último personaje es interesante pues es descrito como el clásico fariseo, tan antiguo como el propio ser humano, que mientras más alto vocifera y proclama su virtud, y más violentas y sonoras son sus muestras de fe ante todo el mundo, más obvio resulta que es un fantoche que probablemente ni crea en lo que está haciendo, pero ama disfrutar del supuesto prestigio que sus, a menudo deplorables, actos conllevan. Hoy en día este personaje no se valdría de la religión como excusa para quedar como un héroe, eso es más que evidente. Utilizaría las redes sociales para hablar de colectivos en peligro, de obras de caridad con los pobres, de ecologismo… de cualquier moda quedabien. Pero a todos los Bernardo Guy del mundo y de todos los siglos les une una cualidad: la de señalar con el dedo a otros que no son tan caritativos como ellos.

(…) Y este es el daño que hace la herejía al pueblo cristiano: enturbiar las ideas e impulsar a todos a convertirse en inquisidores para beneficio de sí mismos. Porque lo que vi más tarde en la abadía (como diré en su momento) me ha llevado a pensar que a menudo son los propios inquisidores los que crean a los herejes. Y no sólo en el sentido de que los imaginan donde no existen, sino que al hacerlo impulsan a muchos a mezclarse en ella, por odio hacia quienes la fustigan. En verdad, un círculo imaginado por el demonio, ¡que Dios nos proteja!

Pero como ya he dicho, aunque interesante, esta trama secundaria pasa de largo en lo que al descubrimiento de la biblioteca, del famoso libro y del asesino de frailes se refiere. ¿Un proyecto de otra novela que el autor quiso incrustar aquí, quizás? Ah, y la acusación a la muchacha es muy forzada, y creo que es el único aspecto poco creíble de la novela.

Lo que menos me agradó fue el final (sí, voy a hacer SPOILERS). El hecho de que sea la intervención de Guillermo la que precisamente propicia –aunque sin quererlo, naturalmente– el incendio de la biblioteca y de toda la abadía, parece un intento del autor por convertir su relato en una suerte de tragedia griega. Y se nota que esto fue a propósito ya que el libro misterioso y maldito que motiva las acciones de los principales personajes es de Aristóteles. El problema es que más que una clásica fábula en la que los personajes hallan su destino trágico después de pasarse toda la obra tratando de evitarlo, lo que le salió a Umberto Eco, para mí, fue un alegato nihilista mucho más desalentador (y de hecho, sumamente anti-climático para mi gusto) en que se sugiere que da exactamente igual lo que la gente haga, pues los resultados (que según parece también dan igual) serán desastrosos de una forma u otra. El modo en que el autor se deshace de Guillermo sin ninguna clase de gloria y casi sin dignidad, es incoherente con su tratamiento en el resto del libro, en el cual a propósito se cuelan profecías bíblicas que se van cumpliendo conforme avanza la trama… y que el autor al final parece querer transmitirnos que fueron producto de coincidencias.

Lo siento, pero o bien, como decimos los jóvenes, el escritor se dio un tiro en el pie; o bien nos tomó el pelo a todos; o bien el final de esta novela es malo, pura y llanamente. Me decanto por la última opción.

Y ahora analicemos sus dos pasos por la pantalla, el primero en la grande en 1986 –de enorme éxito–, y el último en la chica en 2019 –apenas advertida pese a su gran presupuesto–. Empecemos por la mucho más famosa versión cinematográfica dirigida por Jean-Jacques Annaud (muy conocido en aquella época por EN BUSCA DEL FUEGO y EL OSO) y con Sean Connery a la cabeza del reparto, en una coproducción franco-germano-italiana.

De hecho, la motivación que encontré para leer el libro fue que me puse a ver un poco sin ganas la película en Netflix, me parece recordar. Llevaba más de diez años sin verla, y en este nuevo visionado algo no me cuadraba del todo bien, alarmado especialmente por la edición rimbombante y por el aspecto desagradable y afeado (adrede) de casi todos los actores. Cuando un mes más tarde acabé la novela, entendí el verdadero talante de la cinta.

Para que nos entendamos, digamos que la novela tiene cien aspectos o cien puntos que la forman o definen. Pues bien, la película escoge… once o doce un poco al azar (bueno, al azar no, elige los más morbosos claramente) y sale lo que en literatura serían esos libros-resumen con ilustraciones para niños grandes y vagos.

Describe a Guillermo de Baskerville como un Sherlock Holmes de buena planta, infalible y a quien el espectador debe agarrarse pase lo que pase; como una especie de agnóstico desencantado con la religión y al que no le queda fe; y como una víctima heroica de las prácticas supuestamente inmorales de la Iglesia de su tiempo (en una escena que nada tiene que ver con el libro revela textualmente que ‘fue torturado’ y que ‘se retractó’… ¡como el mismísimo Galileo Galilei!). Al espectador medio esos datos perdidos e inconexos del imaginario popular le van sonando y cobran coherencia en su cabeza, y se compadece de Guillermo y se convierte a su causa… que como es una película francesa, pues no es ninguna causa: puro relativismo.

Así mismo, la propia abadía parece una aldeúcha sucia, miserable y hermética, muy alejada del lugar majestuoso, rico y lleno de vida que el escritor describió, con cientos de comerciantes y trabajadores pululando continuamente. Los infelices labriegos van a que les roben su mercancía (no a recibir por ella generosos pagos en oro como en el libro), y los frailes son unos supersticiosos primitivos medio subnormales.

En la novela el “pique” entre Guillermo y Bernardo es sutil, y queda bastante claro que se trata de una pugna igualada, donde Bernardo –por muy inquisidor que sea– no se atreve a violentar a Guillermo de forma explícita. Sin embargo en la película, es obvio que se trata de una relación de agresor-víctima para que este villano más propio de un cómic nos resulte aún más odioso. Pero vuelvo a spoilear: el malo aquí, el tipo al que Guillermo más detesta con diferencia es a Jorge de Burgos, cerebro de toda la intriga asesina y fanático que lleva haciéndole la vida imposible al protagonista toda la semana en que transcurre la acción.

Annaud convierte el debate ecuménico que tiene lugar en la abadía en una patochada entre viejos carcas que discuten tonterías, y lo hace de forma frívola y malintencionada. Un importante choque de doctrinas (muy bien plasmado en la novela) en torno al cual gira parte del argumento original, que en la película apenas queda en uno o dos minutos de abueletes debatiendo el sexo de los ángeles, todo aderezado con la corriente hipócrita y demagógica de los artistas contemporáneos sobre la falta de sensibilidad de la Iglesia hacia “el pueblo” sufridor y muerto de hambre*. Poco o nada de esto se ve en el texto, cuyos temas de discusión vuelan bastante más alto que las cuatro consignas anticlericales de siempre que sólo contentan a los cazurros urbanitas (también de siempre).

Lo mejor que se le puede atribuir es una ambientación conseguida, una buena dirección artística y un buen doblaje (aquí en España al menos). ¿El resto? Los actores son un desfile freakshow incomprensible y de mal gusto, incluyendo a un neandertal, y a una especia de chica salvaje de los bosques que no sabe hablar y que se limita a proferir unos grititos exasperantes, en particular en la interminable escena de sexo con Adso; éste por su parte tiene siempre la misma cara de alucinado (todos los minutos que aparece).

El montaje es calamitoso, y algunos personajes parecen sacados de una peli de Marvel, como el blancuzco Berengario (el cual por cierto tampoco habla más que a gemidos) y el aterrador Ubertino, quien está interpretado por el pésimo pésimo actor William Hickey, que si hizo películas importantes fue por “gozar” de un físico extrañísimo, acorde con el circo de fenómenos que el director se empeñó en organizar en esta filmación, Dios sepa por qué.

Un final casi más de peli de Leslie Nielsen, brujas a las hogueras, inquisición, ¡blasfemia! La Iglesia es mu mala y los franceses mu buenos… Y fin.

(Fue un taquillazo, no olvidemos)

*Tiene gracia porque que yo sepa todas las personas que se van a vivir a países tercermundistas dejándolo todo para ayudar a los pobres son religiosas en el 99% de los casos. A pocos progres “anti-curas” he visto yo repartiendo sus ganancias.

En cuanto a la mini-serie de televisión, decir que en general es más fiel al texto y también a la esencia (no mete idioteces anti-católicas), y la producción raya a gran nivel. Algunos actores la pifian, con el caso más notorio de Rupert Everett haciendo el ridículo como Bernardo Guy. En el 86 también optaron por un malote de peli de espada y brujería al uso, sólo que F. Murray Abraham es F. Murray Abraham, y Rupert Everett es… en fin.

Lo que no he comprendido es por qué eliminaron al personaje de Ubertino para de algún modo “fusionarlo” con el del anciano Alinardo, teniendo como tenían muchos más minutos para incluirlo también. Resulta curioso que en el largometraje justamente realizaron la operación inversa: eliminaron al personaje de Alinardo para darle sus frases a Ubertino. Cabe pensar que fue por concederle tanto metraje a esas subtramas de los dulcinistas, y meter a ese personaje absurdo de –como yo la llamo– la Robin Hood, supongo que por inclusismo, no sé, o puede que por simple estupidez.

No es que eso afecte mucho al final, pero distrae (es con mucho, la parte más aburrida) de lo importante, y en este caso sí que se otorga al cónclave entre los papistas y los franciscanos la dignidad que la novela plasma. Unido a que aquí sí se entiende mejor el pretexto de Bernardo de detener e interrogar a Salvatore y a Remigio (y de paso a una supuesta bruja), con el fin de enrarecer el debate y volcarlo de su lado con malas artes, pues tenemos un EL NOMBRE DE LA ROSA más interesante… ¡porque el libro lo es, y mientras más se acerque al libro, mejor! ¡¿Qué tendrá esta obviedad que tan pocos guionistas entienden?!

PD.: El videojuego de autoría española de 1987 fue sin duda un puntazo inesperado, aunque se trate de un título que haya envejecido un poco mal.

Libros que leí: LA VIDA PRIVADA DEL PRESIDENTE MAO (Li Zhisui, 1994, Estados Unidos)

Por 12 euros. Por 12 miserables euros ha llegado a mis manos esta fuente colosal de conocimiento histórico y de entendimiento humano. Le doy gracias a Dios que me diera la facultad de distinguir entre el precio y el valor de las cosas, ya que este libro tiene un valor incalculable. Su sola existencia ya es un milagro, y la gratitud que siento hacia la figura del doctor Li Zhisui es infinita. Él lo sacrificó todo para que ahora nosotros podamos saber… aunque la inmensa mayoría de la gente no tenga ni el menor interés.

En efecto, este volumen tuve que adquirirlo mediante compra de segunda mano. Está descatalogado, y no es ninguna casualidad. Esta obra maestra que debería ser requisito obligado para entrar en la universidad, no se puede comprar libremente. En China está prohibido. Y solamente por eso, China es un país indigno que espero no pisar jamás.

Abiertamente, nadie en occidente se ha atrevido a criticarlo de manera directa, ya que los datos que aporta el autor son irrefutables, y su veracidad incuestionable. Pero no cantéis victoria porque vivimos en la socialdemocracia, es decir, en la versión sucedánea “light” del comunismo. Vivimos sometidos pero con algo de libertad; somos esclavos del estado pero se nos permite quejarnos (de momento). Y a los defensores de esta aberración corrupta y decadente, los esclavos felices, les estorban esta clase de libros. Les incomoda para su relato burgués e ignorante de que los comunistas son buenos, quieren la paz y la igualdad, y en los países socialistas el “pueblo” vive muy bien.

Yo ya he dicho muchas veces que agarraba a todos los que disculpan a los sátrapas marxistas y ponen en entredicho a sus críticos, los metía en un barco, los mandaba con un billete sólo de ida a Cuba, a China o a Corea del Norte, y hala, a buscarse la vida allí y a vivir bien con el pueblo (a propósito que ninguno de ellos lo hace por propia iniciativa, qué mala pata).

Dejando a un lado las reacciones que puede suscitar un libraco como este –que son muy esclarecedoras del talante del personal–, su lectura es absolutamente adictiva. Uno no puede parar de leer sus 800 páginas, sabedor de que toda la información que recoge es sabiduría en vena, puro conocimiento. Y eso pese a que lo que lee es terrible, descorazonador y tristísimo. Pero algunos no podemos mirar para otro lado sin más. Tenemos que saber. Y el doctor Li nos enseñó la verdad, y nosotros debemos honrarle, como mínimo, leyendo su obra imprescindible.

¿Por qué en 1971 Estados Unidos y demás dueños del mundo le dieron la espalda a Taiwán, y aceptaron a la más monstruosa dictadura que jamás ha existido en las Naciones Unidas? ¿Por qué este libro no se enseña en las escuelas y en las facultades? ¿Por qué no se ha realizado una película sobre estos hechos? ¿Por qué en los 70 en todo occidente los niñatos se pusieron a leer El Libro Rojo de Mao Tse-Tung? ¿Por qué querían que en España, en Italia, en Portugal, en Alemania y en mil sitios más viviéramos bajo un régimen carcelario y abominable como el chino?

Yo no tengo respuestas, tan sólo deseos. Como que Nixon goce de su estancia en el infierno. Y que esté a gusto allí con su colega Mao. Mao el guarro, Mao el salido, Mao el paranoico, Mao el liante, Mao el cínico, Mao el tramposo, Mao el hipócrita.

Porque más que un genocida, él a nivel personal era todo eso: un tipejo asqueroso de costumbres asquerosas, al que le encantaba vivir bien y con lujos que se aseguraba nadie más pudiese disfrutar. Como por ejemplo tren privado (que colapsaba las líneas ferroviarias del populacho cuando él pasaba), o cama gigante para llevarse allí a sus campesinas de 20 años (él con 70), o médico y enfermeras privadas, o banquetes diarios (en medio de la peor hambruna de toda la historia humana), o fiestas nocturnas constantes, o un cine para él solito…

Además, como buen rojo de manual, nunca dio un tiro ni mandó ejecutar directamente pues encima era un cobarde, al que le daban teleles cada vez que la situación política se ponía un poco tensa, y se escondía en su dormitorio (la habitación en la que más tiempo pasó en su vida, con diferencia) o se iba de viaje. Vamos, que no tenía ni media hostia el personaje. Sin mencionar su otra gran cualidad izquierdosa, no dar un palo al agua pero hacer como que sí: «En los 22 años que estuve a su servicio, sólo en aquella ocasión le vi empleándose en un trabajo físico; además, no estuvo ni una hora empuñando una pala», nos relata Li Zhisui.

Su gran astucia (prácticamente su única virtud) le permitió erigirse como faraón sobre cientos de millones de sirvientes conformes y devotos. El chino parece ser un pueblo con clara predisposición a la esclavitud (el español no le va a la zaga, conste), y abrazaron a su nuevo emperador con entusiasmo religioso. Y para muestra, el capítulo en que se nos cuenta cómo Mao regaló a no sé qué operarios de una factoría unas piezas de fruta con un sentido simbólico. Atentos: «Los obreros de la fábrica prepararon una gran ceremonia repleta de citas de Mao para dar la bienvenida al mango, y luego recubrieron la fruta de cera con la esperanza de preservarla para la posteridad. Así, los mangos se convirtieron en reliquias dignas de veneración. La fruta cubierta de cera se colocó en un altar del auditorio de la fábrica y los obreros hacían cola para pasar por delante de la fruta e inclinarse solemnemente ante ella (…). Después de aquello, el comité revolucionario mandó realizar una copia de cera del mango original. La copia se colocó en el altar donde había estado el mango verdadero y los trabajadores siguieron desfilando ante él con la misma veneración hacia el objeto sagrado».

No he podido resistir la tentación de subrayar pasajes concretos, párrafos que he constatado son perfectamente aplicables a situaciones que nos ha tocado vivir a nosotros también: «Hoy día, el Partido Comunista sigue exigiendo este tipo de ataques contra personas inocentes; obliga a la gente a defender públicamente unas políticas con las que no están de acuerdo. La supervivencia en China depende, entonces y ahora, de traicionar constantemente la propia conciencia». Así funcionan las tiranías. Y el siglo que se nos viene es el de la vuelta del totalitarismo más inhumano.

El libro por cierto empieza muy sagazmente con la muerte de Mao, que para entonces y desde hacía años se había convertido en un escombro humano, afectado por un montón de dolencias derivadas de sus hábitos insalubres, de su ausencia total de higiene, de su vida sexual descontrolada y de su adicción a los somníferos. Faltaría más, obsesionado con no morir nunca y arañando minutos de vida hasta el mismísimo final (conocedor del lugar al que iría en breve): «Llamamos a todo el personal médico que estaba de servicio y nos organizamos por turnos. Un total de veinticuatro enfermeras le atendían las 24 horas del día, con ocho enfermeras en tres turnos de 8 horas. Los médicos también se dividieron en tres turnos, cinco por cada turno, incluyendo al que debía vigilar el electrocardiógrafo». Aunque si bien el doctor Li es elegante a la hora de no plasmar demasiado explícitamente las anécdotas escatológicas relacionadas con la vida cotidiana del cerdito Mao, su editor no lo es tanto en las notas finales: «Los hábitos intestinales de Mao aparecen relatados por otros que estuvieron junto a él. Se dice que en Jinggangshan, la mujer de Mao, He Zizhen, se servía de los dedos para limpiar las deposiciones de Mao y que luego aprendió a ponerle lavativas. Durante la guerra civil contra los nacionalistas, Mao se negó a usar las letrinas y sus guardaespaldas tenían que acompañarle al campo abierto, cavar un agujero en el suelo para sus deposiciones y luego tapar el agujero. Se dice que durante La Larga Marcha, las deposiciones eran una fuente de inspiración para sus soldados».

Como todos los déspotas, colocando a la bruja e inepta de su esposa en puestos de poder, y obligando a todos a que la toleren. Capaz de pasar semanas enteras sin salir de la cama, meses sin vestirse (recibía las visitas de estado en bata) y años sin bañarse. De hecho, nunca se cepilló los dientes, que al morir tenía ya completamente negros. Degenerado y decadente, pasó de acostarse con una jovencita cada noche, a hacerlo con cuatro y cinco por vez. Las cuales, dicho sea de paso, en lugar de sentir repugnancia de ellas mismas por complacer sexualmente a un viejo verde que debía oler a tigre, muy al contrario presumían al volver a sus aldeas de haber pasado la noche con el ‘líder’ de la nación: «Lo que menos le importaba a Mao era que la hermana de aquella joven estuviese casada, pero el marido no daba muestras de estar molesto con los cuernos. Es más, le dijo que para él constituía un honor ceder su mujer al presidente, además de servirle de ayuda para ascender en el ejército. Al terminar la cena, Mao envió al marido a su casa y pasó los tres días siguientes en compañía de la joven y de su hermana, interrumpiendo sólo sus actividades el tiempo imprescindible para reunirse con el alcalde de Shanghai».

Algunas incluso –las más ambiciosillas– pugnaban por los favores del amo («Cuando llegó a Wuhan, Mao ya estaba rodeado de muchas mujeres que se peleaban constantemente para ganarse su favor»). Y esas mismas luchas sucedían sin excepción con todos los altos funcionarios del partido, que por cierto eran muchísimos y encriptados sus cargos en copiosos y enrevesados nombres que siempre llevaban las palabras ‘secretario’, ‘comité’ y ‘departamento’, en cientos de combinaciones insoportables. Todos y cada uno de los colaboradores de Mao se sometieron antes o después a una acusación por parte de éste, y de este modo los demás se lanzaban a por el “traidor” como buitres por carne muerta, pero Mao siempre tenía cuidado de no cargar contra todos al mismo tiempo. Siempre los mantenía ocupados apuñalándose entre sí, para ser siempre él el árbitro. Ninguno de ellos me ha suscitado lástima alguna, a pesar de lo descriptivo que es el doctor Li sobre cómo acabaron muchísimos de ellos: destruidos en campos de trabajo, muertos de enfermedad y asco, suicidados, etc. ¡Eso os pasa por pactar con el Diablo, malandrines!

PD.: los que sobrevivieron a las implacables purgas de Mao, esto es, los más duros y cabrones de todos, fueron los que heredaron el liderazgo, como Deng Xiaoping.

Con este libro he terminado de confirmar (tras años de sospechas) que a los que manejan el cotarro les importa un comino el gobierno y la gente. Mao no sintió en ningún momento la más mínima empatía por ninguno de sus súbditos o de sus esbirros (en esto no se diferencia de los presidentes de los países hoy en día). Él estaba de jarana y de follisqueo mientras en el campo perecían por millones, y esto ni le conmovía ni le molestaba. Sólo le fastidiaba cuando algún osado mensajero le anunciaba las horribles noticias, el cual no solía acabar muy bien, y era sustituido por otro que no le perturbase sus juergas y deleites con minucias sin importancia.

Eso sin contar con su celebérrima Revolución Cultural, montada exclusivamente para mantener a raya a sus enemigos internos, pero de alcance masivo y nacional para justificar así el ataque a éstos («Mao no podía purgar a los dirigentes simplemente porque no le gustaban; no tenía poderes para ello. Al igual que todos los dirigentes chinos, necesitaba la ayuda de la moral marxista para justificar sus actos. Si se basaba en la moral marxista, podía movilizar a las masas contra los dirigentes que quería purgar»). Millones de muertos y destrucción incontrolada del patrimonio de una de las civilizaciones más antiguas del mundo, sólo porque a Mao le daba miedo que cuatro o cinco miembros de su partido se le estaban acercando demasiado al trono.

De no creerlo. Pero sucedió, y sigue sucediendo. Y ahí os va otra muy actual: «Hablaba en voz baja. Con la llegada de la revolución cultural todos teníamos que hablar en voz baja aunque estuviéramos en nuestra propia casa».

Las palabras finales de Li Zhisui me emocionaron y me entristecieron, pero resumen a la perfección el estado espiritual tanto del autor como del lector al acabar este libro esencial para comprender el siglo XX y el mundo presente: «He pagado este libro con la vida. Mi sueño de convertirme en neurocirujano nunca se hizo realidad y mis esperanzas para una nueva China también se desvanecieron. Mi familia fue destruida y ahora Lillian está muerta (…). Dediqué toda mi vida profesional a Mao y a China, y ahora me he quedado sin patria y sin casa, y no soy bien recibido en mi propio país. Lleno de dolor, dedico este libro a mi esposa Lilliam y a todos los que aman la libertad. Quiero que sirva para que nunca se olviden las terribles consecuencias que causó la dictadura de Mao y para recordar cuántas personas buenas y de gran valía tuvieron que vivir bajo este régimen obligados a traicionar sus propias conciencias y a sacrificar sus ideales sólo para poder sobrevivir.»

Es el demoledor epitafio de alguien que vio lleno de esperanza cómo tras décadas de guerras civiles, invasiones desastrosas y horribles catástrofes humanitarias, un hombre y un partido prometieron crear un país unido, próspero y justo, y que fue testigo presencial de cómo esta promesa fue humillada por un sistema tiránico y atroz.

Libros que leí: EL TEMPLO DE ISTAR (Margaret Weis-Tracy Hickman, 1986, Estados Unidos)

Hasta la mitad. No he podido más. No conozco literatura que me cause más pereza y resoplidos que esta. Es vulgar, cursi y muy pedante. Y narrativamente… Oh Dios mío, qué catástrofe.

Los capítulos no son tales, son apelotonamientos de letras, sin estructura. A menudo se suceden docenas de páginas sin un punto y aparte, como si fuera un niño grande el que le está contando un cuento largo a otros niños más pequeños, y éstos no parasen de preguntar ansiosos ‘¿y qué pasa después? ¿Y qué pasa después?’

Las descripciones plomizas e innecesarias ralentizan la acción, convirtiendo su lectura en pegajosa, cansina y torpe. El ‘por dónde iba’ y el tener que releer pasajes se hará habitual si os atrevéis con este primer volumen de las Leyendas de la Dragonlance.

Hace gala de un humor blandurrio sin ninguna sustancia, en que apenas algún personaje supone algún alivio no tanto por las estupideces que hace, dice o piensa, sino por su naturaleza, como es el caso del kender. Aunque obviamente ni eso es original, pues se trata de una versión kitsch de los hobbits de toda la vida.

A mí no me gusta tomar notas mientras leo (me consta que hay que gente a la que sí), por eso el coñazo que supone recordar a todos los personajes que van saliendo, y las sub-tramas inconclusas que se van originando, para mí es insoportable. Sin contar que el análisis psicológico de aquéllos no es sino una descripción pesadísima de hasta la más insignificante de sus reacciones. Hace ya muchos años que no echo de menos dibujos en los libros, pero la Dragonlance es una honrosa excepción.

Unos chabacanos “cliffhangers” al final de todos los capítulos son la prueba de que los autores están más influidos por las series de televisión de su época que por otra literatura de mayor enjundia y calidad que la de ellos. Vamos, que son gente poco leída… o a quienes la lectura les ha calado poco.

Esto último queda más que demostrado con el peor de los muchos defectos de esta novela de tres al cuarto: el uso basto y chocarrero de palabrejas rebuscadísimas que hacen la lectura todavía más incómoda. Y además, términos que se nota a la legua que los escritores (primera vez en mi vida que me enfrento a un libro escrito por más de una persona, por cierto) buscaron en algún diccionario de sinónimos cutre y dijeron ‘¡eh, qué palabra más chula, pongámosla aquí, mira qué bien queda!’ Hablo de la horterada que supone usar –y más en este género– expresiones como ‘escudriñar la sedosa penumbra’, ‘fulgor argénteo’, ‘rayos mortecinos’, ‘bruñidos muros’, ‘meros rescoldos’, ‘invisible hacedor’, y un interminable etcétera que hallarás abriendo el libro al azar.

Mirad, transcribo un simple parrafillo muy representativo de estos ordinarios diálogos: – Así es –Confirmó Raistlin en respuesta a las elucubraciones de Dalamar–. No hay en Krynn un ser viviente capaz de lastimarme y menos aún tú, joven aprendiz. Pero he de reconocer que eres valiente. Con frecuencia has permanecido a mi lado en el laboratorio, contemplando a los entes que yo arrancaba de sus planos de existencia aun a sabiendas de que si cometía un error, si respiraba a destiempo, desgajarían nuestros corazones y los devorarían mientras nos convulsionábamos en un indecible tormento.

Desesperante leer algo así. Aunque puede que sea cosa del traductor, quién sabe.

En fin, y en cuanto al argumento… ¿Hubo un viaje en el tiempo? Ni me interesó. Es una lectura que no engancha. Para una serie de Netflix de ver una tarde anodina, da. Para una serie de comics con dibujos bien grandotes, da. Para un videojuego de acción, espada y hechizos, da. Para mazacotes de letra pequeña de 500 páginas, no da.

Al menos, estas… ¡¿más de cien novelas?! Han dado lugar a un bello arte de ilustraciones y de otros campos, como los juegos. Una pena que nadie se anime a lanzar estas aventuras en el cine o la tele –si bien es cierto que hubo un intento poco logrado en el campo de la animación en 2008–, pues aunque mal escritos, se trata de relatos con bastante potencial cinematográfico, y yo estoy seguro de que noveluchas de fantasía mucho más mediocres (más aún quiero decir) han sido llevadas alegremente a la pantalla con millones de dólares detrás. Supongo que esto también es síntoma de la poca confianza que la comunidad de fans tiene en su propia obra fetiche.

Que por cierto, los fans hispanohablantes ni siquiera se han tomado la molestia de publicar una relación exhaustiva de los tomos editados hasta la fecha con resúmenes, desglose de personajes, mapas, etc. Todo muy extraño (y deprimente).

Literatura para adolescentes, en el peor sentido posible.

Libros que leí: EL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS (Joseph Conrad, 1899, Reino Unido)

Aunque hace ya algunos meses que me lo terminé, Heart of Darkness no me había inspirado el escribir nada especial, hasta ahora.

Fue cuando me puse a reflexionar sobre temas de justicia y sus tejemanejes; en la demora de ¡años! con que se mal resuelven los pleitos; en fin, en este sistema aletargado, perezoso y sórdido que rige los asuntos legales, que de vez en cuando mis amigos policías y abogados tienen a bien compartir conmigo, y que tan sólo susurrándome superficialmente algunos de sus vericuetos hace que me invada el mayor de los desánimos.

El relato de Conrad trata de algo parecido. Va sobre el concepto de ‘civilización’. De cómo funciona, y cómo se alimenta. La inmensa mayoría de la gente vive en ella, disfrutando de las ventajas que la ilusión de seguridad y bienestar producen. Pero proporcionalmente, casi nadie conoce sus entresijos, sus tripas, el alcantarillado que recorre nuestra sociedad por su subsuelo, y sin cuya existencia simplemente nuestro mundo tal y como lo conocemos no existiría.

Marlow (de seguro un alter ego del propio Conrad), recorrió esos pasillos subterráneos, plagados hasta el último centímetro de muerte y decadencia. Su visión le espantó, y le cambió el alma, pero no apartó la mirada. Él fue un hombre valiente, y nos dijo la verdad, y solamente por eso merece que le admiremos y le demos las gracias. Porque conozco a poquísima gente dispuesta a asomarse a los interiores de la sociedad, las cámaras de mantenimiento de esta colosal maquinaria, de nuevo, las tripas. Y de esos pocos, prácticamente ninguno quiere no volver cuanto antes el cuello hacia otro lado, un lado en que no haya visiones de horror que le hagan comprender el terrible abismo que está a punto de tragarnos en todo momento.

No todos están preparados para soportar ese conocimiento. Kurtz, un hombre humanitario y cultivado procedente de la alta sociedad británica, creyó ser lo bastante fuerte como para aguantar esa carga. Pero se equivocó. El conocimiento le cegó y le volvió loco.

En otro artículo (https://jachi.es/teoria-del-avion-sin-piloto/) ya hice alusión a este peculiar delirio colectivo, llamado precisamente civilización, y que Joseph Conrad comprobó in situ la chifladura, los crímenes, y la destrucción más gratuita y voraz bajo las cuales dicha civilización se sustenta. Creemos que vivimos sobre un puente con remaches de acero, perfectamente reajustados cada 24 horas por operarios cualificados. Pero creo que es mejor saber (o no, hasta yo tengo mis dudas) que esta casucha está sostenida por chinchetas baratas, con tablones podridos y que en la próxima tormenta nos iremos todos a pique. Y cuando ocurra, quizá sea mejor que no nos sorprenda, no lo sé.

Este cuento tétrico fue hábilmente aprovechado por los productores de Apocalypse now, en un contexto perfectamente equiparable al de la novela original. Un contexto en que las decisiones arbitrarias y caprichosas de un puñado de mediocres medio majaras, hacen que uno de cada mil de nosotros abramos los ojos en una expresión deprimente y pesadillesca. Porque algunos sabemos lo que es El Horror. Y que vivimos más cerca de él de lo que nadie está dispuesto a aceptar.

Libros que leí: SERVICE GAMES, EL AUGE Y CAÍDA DE SEGA (Sam Pettus, 2013, Estados Unidos)

Estudiar cuestiones históricas, ya sean de carácter político, biológico o, como en este caso, empresarial, admite actuar conforme a determinadas reglas. Creo que es obvio que no se puede juzgar una situación muy específica perteneciente al pasado haciendo uso conveniente y tramposo de datos que sí conocemos hoy, pero de los que era imposible disponer entonces.

Por ejemplo, no podemos (o no debemos) presentar a Aníbal como un estratega inepto por haber perdido finalmente su guerra contra Roma, y alegar ‘es que no hizo aquello, es que no tuvo en cuenta, es que fue para allá y no para acá…’ Nosotros ahora sí tenemos los mapas, y los números, y la información detallada de todos los factores que intervinieron en aquellos hechos. Pero sus protagonistas no.

Por eso, el historiador “ventajista” y fullero se pasa de listo al etiquetar a tal personaje, o tal decisión crítica, o tal lance de la historia como equivocado, temerario, suicida, etc, una vez todas las cartas han sido volteadas y están bien puestecitas sobre la mesa. Básicamente, sería como decirle a Kasparov, justo tras recibir un jaque mate, ‘tíooo, ¿cómo hiciste esa jugada tan mala antes, es que estás tonto?’.

La batalla de Sega por liderar el mercado de los videojuegos dio como resultado, simple y llanamente, unos artefactos que podríamos tildar de “mágicos” que han proporcionado una inmensa felicidad a un número incalculable de personas (particularmente niños) de todo el mundo. En nuestro caso concreto, cuatro de esos aparatitos afianzaron nuestros sentidos y nuestra personalidad entre los años 1991 (aquella entrañable Master System) y 2002. Y no lo hicieron sólo con nuestra familia, sino con millones como nosotros. Así que jamás de los jamases me atreveré a descalificar llamando “fracaso” a ninguno de estos increíbles ingenios tecnológicos llamados videoconsolas. Algo que sin embargo es muy del gusto de los escritores de poca monta que abordan el tema.

Sam Pettus, entroncando con lo que decía en el primer párrafo, es como esos analistas de bolsa que revelan las causas de por qué la empresa se ha ido a pique, o el mercado entró en recesión, o bla bla bla… ¡Cuando ya ha pasado! Antes no, antes pa qué. Antes tendría algún mérito, y sería difícil. Pero hacerlo a posteriori es más entretenido y sobre todo más fácil.

Es el típico sabiondo que conoce a la perfección la conveniencia de las decisiones 20 o 30 años después de haberse tomado. Que Sega saca la videoconsola más tarde que la competencia, ‘Sega desaprovechó la oportunidad de adelantarse a sus rivales, quedando rezagada’; Que la saca antes, ‘Sega se precipitó lanzando un sistema demasiado avanzado para su tiempo, dándole a sus competidores la chance de fijarse en sus errores y corregirlos’.

Que Sega pone a la venta una consola a un precio muy alto, ‘Sega condenó a su sistema con un precio prohibitivo, fuera del alcance de la mayoría’; Que la pone a la venta muy barata, ‘Sega se arriesgó mucho colocando su consola con unos márgenes de beneficio tan bajos, no debió hacerlo’. ¿En qué quedamos, colega?

SERVICE GAMES, EL AUGE Y CAÍDA DE SEGA hace gala de una escritura y unos análisis muy convenientes y muy facilones, desprovistos de un estudio más profundo y, sobre todo, más emplazado en un mercado incandescente como era el de los videojuegos en los años ’90. Analizar las supuestas malas iniciativas de Sega sin valorar el vendaval descontrolado que fue, especialmente, la transición de los 16 a los 32 bits justo en medio de la década, es tener poco seso y demostrar una grave banalidad.

No hay que olvidar que veteranas de la industria con más pedigree incluso que Nintendo y que Sega se la pegaron en esta época, propiciando que alguna casi desapareciese (el caso de Atari con su Jaguar) o que desde luego, no se atrevieran a intentarlo de nuevo (Bandai, Philips, Apple, Commodore, Nec, Fujitsu, etc), sin contar los ambiciosos proyectos 3DO y Virtual Boy, igualmente fallidos.

Fue una época memorable y cargada de ofertas, en la que muchos chavales (sí, chavales: en este tiempo la gran mayoría de los jugones éramos menores de edad, otro fallo analítico del libro, y gordo) tuvimos nuestro primer ordenador con Windows en esa segunda mitad de la década, descubriéndose nuevos mundos impensables para nosotros, empezando por los juegos y terminando con Internet y todo lo que eso suponía. Meter el pie en este mercado en plena ebullición era jugar con fuego, y nadie estaba seguro de nada, y nadie podía saber qué iba a suceder dentro de seis meses.

¿Que Sega hacía apuestas a una sola carta? Joder, porque realmente sólo tenía una carta. Nintendo tenía el colchón de las portátiles (monopolio en la práctica que, cómo no, Sam Pettus no trata ni por encima). Y Sony tenía colchones para regalar: electrodomésticos, equipos de música, cámaras… Si su experimento consolero les salía mal, los ejecutivos del gigante japonés no iban a perder el sueño, eso seguro. Sega no podía permitirse ese lujo. Y para ilustrarlo, adjunto cita textual (sacada del libro) de una web desaparecida llamada Daily Radar:

Si Dreamcast fracasa, no será porque no haya buenos juegos disponibles para ella. Pocas consolas pueden presumir de haber sido bendecidas con un catálogo de juegos tan impresionante en tan poco tiempo de vida como ha sido del caso de Dreamcast. No, en caso de que Sega tenga que sufrir la derrota, será simplemente por la existencia de otras máquinas a cuyos fabricantes les sobra el dinero.

El ¿fracaso? de Saturn es inexplicable sin el grandioso (e inesperadísimo) éxito de Playstation. Porque sí, cualquier imbécil que ahora diga que el boom de Sony en las videoconsolas se veía venir, o miente o es un fantoche medio lerdo. Y dicho exitazo se puede resumir en dos palabras, que definen dos etapas muy marcadas en la trayectoria de la “Play”: publicidad y piratería.

1996 y 1997 vieron una colosal (y estupenda) campaña de marketing que hizo que cualquier niño o adolescente anhelara una Playstation con fervor. Dicho sea de paso, animados por las revistas bien (pero bien bien) untadas para que no se nos ocurriera cometer el error de decantarnos por la de Sega.

1998 y 1999 por su parte fueron los años ‘de las tarrinas’: ya sabéis, esa época un poco oscura en que los niños ya no se conformaban con ahorrar y comprar 5 juegos… ¡Necesitaban 50 por el mismo dinero!

Era casi imposible competir contra este nuevo monstruo, y si Nintendo 64 no se hundió junto a Saturn fue gracias, como ya he dicho, a que seguían vendiendo millones de GameBoys por todo el mundo sin que nadie les hiciera sombra. Eso y Pokemon. Que por cierto, no sé por qué no se le dedica ni una página a la consola Game Gear, que también supuso una apuesta decente en el ámbito de las portátiles y que yo sepa, forma parte fundamental de la historia de Sega, que es de los que se supone va todo esto.

Que sí, que ya sabemos que Sega malgastó muchos recursos en aparatos poco rentables y que las directivas de USA y Japón se hicieron la puñeta mutuamente. Y que la campaña publicitaria de Saturn fue horrorosa, algo que los “especialistas” espabilados siempre pasan por alto. Mas yo mantendré siempre que todo aquello podría haberse quedado en anécdota, con todo el tirón que tenía a nivel mundial Sega debido a MegaDrive. Pero la nueva competidora fue sencillamente una apisonadora.

Estupideces como lo de que las third parties dieron la espalda a Saturn (¿y eso a quién demonios le importa?) o que era demasiado costosa (cuando un precio supera la barrera de lo ‘prohibitivo’, tanto da que cueste 350 dólares como si cuesta 3.500: sea como sea un niño no se lo podía permitir, y Playstation era en ese sentido igual de inalcanzable que Saturn) son respuestas propias de youtuber cutre.

Y de nuevo, nadie dice que una de las primeras razones de las bajas ventas de Saturn fue su calamitosa distribución en Occidente, que aún hoy en día nadie es capaz de explicarme (75% de los juegos de su catálogo se quedaron en Japón).

Una de las partes que más me enervan de esta suerte de análisis superficiales y chusqueros es cuando atribuyen a la salida de tal juego concreto el triunfo o el hundimiento de tal o cual sistema. Vamos a ver, ningún título por sí solo, por muy famoso que se haga y por mucha publicidad que le den, determina jamás el destino de toda una consola. Afirmar eso es de burros. No les entra en la cocorota que no necesariamente a los que les gustan los juegos de peleas les gustan también los de carreras. Ni los de guerra. Ni los RPG. Ni los deportivos. No todos somos iguales ni nos divierten las mismas cosas (se siente, globalistas).

Y ya que vamos de explicaciones presuntamente súper racionales, ¿cómo se interpreta (según Sammy) que cuando Dreamcast salió antes que ninguna con un plantel de juegazos impresionante tanto en número como en calidad, con publicidad abundante y atractiva, precio razonable y conexión a red de serie, llega la carísima Playstation2 con unos pocos juegos escasamente prometedores… y barre de la pista a Sega en poco más de un año? Descuidad que el entendido tendrá contestaciones para todo.

En otra de sus clarividentes revelaciones, el colega dice ‘la no inclusión del DVD en Dreamcast es algo que preocupó mucho a los jugadores de la época’. ¡¿Pero qué dices, tío?! ¿En 1998? Si entrado el 2000 la inmensa mayoría de la gente no sabía lo que era un DVD. La mayor parte de mis amigos se enteró para lo que servía al mismo tiempo que se compraron la Playstation2 (o incluso tiempo después).

-Dato significativo: la primera película que vimos en DVD, a finales del año 2003 (y en efecto, en una Play2) fue LAS DOS TORRES, así que otra gilipollez más a la lista de gansadas del autor.-

Además, el susodicho se empeña en defender a Bernie Stolar, uno de los más infames caraduras que han dirigido jamás el cotarro en una empresa de videojuegos. Con su tristemente celebérrimo ‘Saturn no es nuestro futuro’ (que para que lo entendáis los profanos, es como si el entrenador del Barça de 2010 hubiera dicho que ‘Messi no es nuestro futuro’ o el presidente de la Metro-Goldwyn-Mayer dijera en 1930 ‘el sonoro no es nuestro futuro’), ahora según el autor debemos tenerle piedad porque –textualmente– no le quedaba más remedio (pobrecillo, con la cara de bueno que tiene*).

Más aún, este libro acuña otra cita maravillosa del bueno de Bernie recomendando a sus superiores de Sega venderle el negocio a Microsoft. ¿Ustedes se imaginan a un psiquiatra sugiriéndole a sus pacientes que se suiciden? Ese era Bernie Stolar.

Para Pettus (absténganse de chistes malos) la gran apuesta de Sega, la por siempre infravalorada Saturn (seguiré diciendo que fue su sistema más perfecto y su máquina más sofisticada), ya estaba abocada al fracaso antes de ponerse a la venta en Estados Unidos en 1995. Qué digo, antes de salir a la venta en Japón. ¡QUÉ DIGO! Antes de haberse diseñado. Probablemente, este genio del periodismo electrónico ya daba por muerta a Saturn cuando Sega aún no existía. Así de lince nos ha salido, qué le hacemos.

A propósito, el librito tiene unas 500 páginas y el amigo Sam es reiterativo de narices, a menudo hasta repitiendo frases enteras (claro síntoma de una falta de repaso), y si llegáis a cien las veces que leéis la expresión ‘Sega se había condenado ella sola al desastre’ os regalan el siguiente libro ‘CÓMO ADIVINÉ EL ÉXITO QUE IBA A TENER WINDOWS 95’.

Ah, y fallos de traducción que suponen errores gramaticales constantes.

No obstante, la última parte del libro dedicada a Europa es un resumen muy bueno, aunque debería haber estado más desarrollada (estos yankis…). Y la inclusión de un último capítulo extra sobre la historia de Sega España lo considero un acierto. ¡Qué pena que no mencionen las consolas que regalaban al final del inolvidable programa de Televisión Española El Rescate del Talismán!

*Que tenía. Ahora está haciendo tratos de mierda con Satanás.