Podría ser un italiano del norte, parece que llega después de dar un paseo por la Piazza del Duomo y que se viste tan elegante porque se compra sus trajes en la Galería Víctor Manuel II de Milán. Camina con una indolencia natural que ondula el ala de su sombrero. Da gusto verle tan alto y distinguido, tímido y entrañable, con clase, raza, educación, un raro dandi, de los que ya no te encuentras, en España, por ningún sitio. Pero no es italiano, es sevillano, de Marchena, un andaluz profundo, serio, culto, sabio, y el más grande columnista de nuestro país. Es Ignacio Camacho.
Acaba de publicar un luminoso libro, RETRATOS PARA LA ETERNIDAD, con el subtítulo de “Obituarios periodísticos” donde explora, con brillantez y de forma conmovedora, el carácter y la vida de casi cien personas que han desaparecido, recreando las situaciones en que estas figuras encontraron el coraje, la fortaleza, la fuerza intelectual, y la imaginación necesarios para hacer frente a su destino. Las culturas que persiguen el éxito no prestan atención a la muerte, pero esta llega inevitablemente. Al final de nuestro viaje sólo queda asumir todo lo que eres y has sido, de este modo llegas a consolarte, incluso aprendes a agradecer lo que el fracaso te ha enseñado de ti mismo. Algunos tienen la suerte de que Ignacio Camacho les escriba un obituario desde la admiración, el respeto, y el afecto.
Como dice José Luis Garci en el prólogo “Mas que dar sus condolencias, Ignacio Camacho hace una alegre visita al difunto, y comparte con él, no en el sanatorio sino en el living, un Jameson o un dry martini, y, ya en off, una charla animosa, nada fúnebre, que termina con un apretón de manos. Leerle tranquiliza hasta a los más aprensivos”.
El libro está dividido en cuatro partes: “El Poder y la Gloria” dedicado a los políticos y a algunos banqueros que tuvieron poder económico, y de alguna manera disfrutaron de su lugar en el paraíso. “Polvo de Estrellas” consagrado a los actores de cine, cantautores, boxeadores, y futbolistas. “El Ser y la Nada” destinado a escritores y “Las Hojas Muertas” dirigido a los periodistas.
Se inicia la primera parte de una manera deslumbrante, describiendo la biografía política de Adolfo Suárez, destacando su audacia como rasgo principal:
“De la mano del rey condujo al país de la dictadura a la democracia constitucional plena, a un régimen de libertades, autonomías y clases emergentes. Lo hizo sorteando presiones, abismos conspirativos, conatos violentos, oleadas terroristas y sombras de golpes de Estado. Convencido de que el éxito consistía ante todo en cerrar las heridas del siglo XX…”
A este político le dedica una segunda parte en la que describe, con su español maravilloso de brillante lingüista, cómo debemos recordar al que debemos nuestro Estado de libertades:
“MIRADLO AHÍ, en esa foto del 23-F, impávido frente a las metralletas, digno, gallardo, sereno, rebelde. Recortado con un perfil bizarro de elegancia moral ante los demonios de la Historia. Recordadlo así, erguido ante la humillación, desafiante, honorable, íntegro, decente…”
Y nuestro hermoso idioma brilla en todo su esplendor a lo largo del libro, dan ganas de leerlo en voz alta, despacio y claro, para que suene con la belleza con la que Camacho compone su literatura, donde no está ausente la crítica mas severa como la que le hace a Pinochet:
“Magro consuelo es el juicio de la Eternidad para quien envió de forma prematura a tanta gente inocente ante el Fiscal Supremo. Y la mayor ironía es que haya muerto de un infarto; un tipo que jamás mostró señales de poseer un corazón humano”.
Uno de los perfiles que mas sorprende por su conmovedora y certera descripción es el de Julio Anguita. A Ignacio Camacho le preocupa la justicia y la aplica con entusiasmo cuando tiene que definir a un hombre honrado y bueno como el político comunista:
“Su profesión de maestro de escuela le había dotado de una vocación por la pedagogía que convirtió en una referencia de estilo, en una forma de andar por la vida. Sentencioso, cortés, solemne, a veces engolado en su retórica actoral de ecos senequistas y su perfil altivo de califa, representaba para muchos españoles que no pensaban como él un paradigma de ética política: el de un líder, casi un gurú, reflexivo, formal, discreto, alejado de la siniestra pasión conspirativa, y aferrado a los principios que defendía con una integridad estricta.”
Con el mismo sentido de la Justicia describe la “mazmorra gigante y siniestra” que es Cuba, construida por Castro, “un sátrapa funesto y lúgubre, un ególatra iluminado”. A Margaret Thatcher la considera como “El volcán del milenio” y cree que “ Era de esas figuras públicas que se alzan sobre un filo entre la admiración y el odio”. Y considera que Santiago Carrillo “Perseguido por la sombra de Caín, tuvo la rara oportunidad de retratarse dos veces en la Historia”. A Manuel Fraga Iribarne, le bautiza como “El león remansado” y dice de él que “Su peor adversario fue él mismo, el carácter encendido y arrebatado que techaba su proyección histórica”.
Uno de los retratos mas inteligentes y acertados es el de Josep Piqué, al que conoció y admiró profundamente. Desde la amargura y el desconsuelo por su desaparición escribe:
“Su elegancia era la destilación natural de una mentalidad abierta, un talante liberal, una convicción en la fuerza de las ideas, una sobriedad emocional que no necesitaba de la afectación y de la petulancia para dejar patente su sabiduría”.
Polvo de Estrellas se inicia con un retrato de Lauren Bacall que fue galardonado con el Premio Julio Camba. Magnifico, excelente obituario a quien…
”En el guión de su vida no le concedió un solo plano a la decadencia; envejeció con una dignidad soberbia, con la lucidez, la nobleza moral y el porte físico de una vestal que conservaba en sus recuerdos el testimonio inmarcesible de un tiempo dorado. Aquel en el que Boguie y Sinatra la llamaban Betty, al despeñarse, cautivos y desarmados, en el abismo de su belleza delgada, misteriosa, magnética, insondable.”
Y a Paul Newman le rinde su sincera admiración en un retrato en el que describe, con la inteligencia y el estilo elegante que le caracteriza, el talento y el carisma del actor estrella del Hollywood dorado:
“Lo que nos conmovía de Paul Newman, lo que nos arrugaba de respeto, lo que nos inclinaba de admiración no era su presencia devastadora de galán inalcanzable, ni su indomable y majestuosa serenidad, ni el incontestable ejemplo de compromiso político y moral que circundaba el aura generosa y sugestiva de su leyenda. Era su forma de mirar, la nitidez infinita, magnética, seductora hipnótica, de sus ojos líquidos, luminosos, transparentes y oceánicos, que se han cerrado al fin, enhoramala, como una cortina de terciopelo corrida sobre el balcón de su irrepetible talento”.
A gran Leonard Cohen le describe con el cariño y la gentileza que le inspira su compleja y divertida personalidad:
“Fue un falso místico que se aburrió en un monasterio budista, un bohemio chic desencajado en la generación de la ruptura, un dandi carrozón que mostró con crepuscular coquetería sus cicatrices de amor, de desamor, y de nostalgia. La suya fue una elegancia inconformista, de protesta contra la vulgaridad, la torpeza y la ignorancia. Una rebeldía moral escondida bajo el disfraz de un aristocrático prestidigitador de la palabra”.
A nuestro descomunal actor Alfredo Landa le destina uno de los retratos mas entrañables, tan merecido como emocionante, Ignacio Camacho tiene la sensibilidad de ver los aspectos mas conmovedores del que fue un gigante de la interpretación y un hombre bueno y sensible, una excelente persona que nos dejó desolados con su desaparición. Lean este estupendo párrafo que nos recuerda su talento y humanidad:
“Landa era nuestro Ugo Tognazzi, nuestro Alberto Sordi. Cuando el dandismo se disolvió en el dinamismo de la sociedad española junto con el subdesarrollo económico e intelectual que eficazmente retrataba, el gran Alfredo se reinventó en el enorme actorazo que llevaba dentro: un intérprete hondo, enérgico, con un nervio formidable para extraer el registro de la ternura y de la cólera, de la ansiedad y el fracaso. Tenía el poder de convocar en sus ojos la expresión exacta, simbólica y humanísima, de la lealtad, del sufrimiento, del cariño, de la derrota. Era —-lo fue de hecho en una serie de TV— la encarnación del Sancho Panza que llevaba dentro el español medio, el arquetipo de un hombre pragmático y medroso capaz de un heroísmo sublime y trágico.”
A Alfredo Di Stéfano, Pelé, Diego Armando Maradona, y Francisco Gento, le dirige unos retratos apasionados. Reconoce a los tres reyes de la historia del futbol, deporte que le gusta muchísimo, sabe mucho de él y desde luego su opinión está hecha con la autoridad ganada a lo largo de toda una vida contemplando los partidos, con sus triunfos y fracasos. Comprende un arrebato de pasión por estos héroes a los que describe con rigurosidad y placer como el que da a conocer las virtudes de aquellos que fueron en ese juego verdaderos fenómenos de masas.
Inaugura la tercera parte denominada, “El Ser y la Nada”, formado por los retratos de diecinueve escritores españoles e internacionales, glorificando a Francisco Umbral. Artículo con el que ganó el Premio González Ruano en el año 2008.
“Enredado en la pasión de escribir se volvía un huracán avasallador y torrencial, imparable y rabioso como un genio iluminado de furia”.
A Sánchez Dragó le construye un retrato tan apasionado como era la personalidad del retratado, la consternación por la muerte del amigo que poseía una vitalidad incansable le inspira un precioso adiós:
“Descreído, libertario, castizo, cimarrón, rebelde de actitud y de conciencia, fue comunista y terminó apoyando a Vox por pura alergia a la deriva identitaria de la izquierda. Individualista, romántico, radical, taurófilo, apasionado de cualquier causa a contracorriente, polémica o quijotesca. Llevaba dentro el yin y el Yang, la dualidad taoísta de una biografía repleta de paradojas que manejaba con el desparpajo de un Peter Pan poseído por la adrenalina goethiana de la juventud perpetua. Un hombre sin etiquetas y sin mas Dios que la libertad, como el Pirata de Espronceda.”
Por último el capítulo consagrado a sus compañeros de profesión, Las Hojas Muertas, se abre con la última tragedia, la muerte de su admirado y entrañable amigo, David Gistau, a una edad demasiado temprana, con toda una vida y una brillante carrera por delante. España entera lloramos esa terrible desaparición:
“Al aproximarse a la cincuentena había alcanzado el punto de sazón, un equilibrio exacto de inteligencia y de pasión, de arrestos y de prudencia, de hondura y de chispa, de sabiduría y de pujanza, de madurez y de frescura. Contundente y primoroso, duro con las espuelas y blando con las espigas. Reflexivo como los franceses y canchero como los argentinos, sus dos países adoptivos sobre los que en momentos de melancolía civil solíamos bromear como aceptables destinos de exilio”.
Al que considera su maestro, con el que mantuvo una emocionada relación de entrañable amistad, dirige su agradecido retrato, Manuel de Málaga, la sentida fotografía literaria que dedica al enorme poeta y gran articulista Manuel Alcántara:
“Era el maestro de la paradoja penetrante y de la frase biselada, de la ironía piadosa y de la cita rápida, de la sorpresa conceptual brillando en el breve relámpago de una metáfora. Era el príncipe del ensayo urgente ametrallado en doscientas palabras. Se llamaba Manuel Alcántara y llevaba tinta en las venas y la pasión de escribir grabada a fuego en el alma. Pertenecía a la estirpe del periodismo de raza, el de fleco, nicotina y alcohol, el de la gabardina colgada, el de la dinastía de los cronistas del ring y de las tertulias literarias”.
Dieciséis retratos más de extraordinarios periodistas de periódicos, radio y televisión conforman este maravilloso capítulo final, de este libro imprescindible escrito por un verdadero artista de las palabras. No se lo pierdan, salgan a comprarlo o pídanlo a Amazon. Está primorosamente editado por Reino de Cordelia, será una joya especial en su biblioteca, léanlo despacio, admirando su categoría literaria, el rigor y la belleza que contienen sus páginas está a la alturas de los mas grandes escritores de nuestra época.
Por Ana MEGÍAS CALERO