Por 12 euros. Por 12 miserables euros ha llegado a mis manos esta fuente colosal de conocimiento histórico y de entendimiento humano. Le doy gracias a Dios que me diera la facultad de distinguir entre el precio y el valor de las cosas, ya que este libro tiene un valor incalculable. Su sola existencia ya es un milagro, y la gratitud que siento hacia la figura del doctor Li Zhisui es infinita. Él lo sacrificó todo para que ahora nosotros podamos saber… aunque la inmensa mayoría de la gente no tenga ni el menor interés.
En efecto, este volumen tuve que adquirirlo mediante compra de segunda mano. Está descatalogado, y no es ninguna casualidad. Esta obra maestra que debería ser requisito obligado para entrar en la universidad, no se puede comprar libremente. En China está prohibido. Y solamente por eso, China es un país indigno que espero no pisar jamás.
Abiertamente, nadie en occidente se ha atrevido a criticarlo de manera directa, ya que los datos que aporta el autor son irrefutables, y su veracidad incuestionable. Pero no cantéis victoria porque vivimos en la socialdemocracia, es decir, en la versión sucedánea “light” del comunismo. Vivimos sometidos pero con algo de libertad; somos esclavos del estado pero se nos permite quejarnos (de momento). Y a los defensores de esta aberración corrupta y decadente, los esclavos felices, les estorban esta clase de libros. Les incomoda para su relato burgués e ignorante de que los comunistas son buenos, quieren la paz y la igualdad, y en los países socialistas el “pueblo” vive muy bien.
Yo ya he dicho muchas veces que agarraba a todos los que disculpan a los sátrapas marxistas y ponen en entredicho a sus críticos, los metía en un barco, los mandaba con un billete sólo de ida a Cuba, a China o a Corea del Norte, y hala, a buscarse la vida allí y a vivir bien con el pueblo (a propósito que ninguno de ellos lo hace por propia iniciativa, qué mala pata).
Dejando a un lado las reacciones que puede suscitar un libraco como este –que son muy esclarecedoras del talante del personal–, su lectura es absolutamente adictiva. Uno no puede parar de leer sus 800 páginas, sabedor de que toda la información que recoge es sabiduría en vena, puro conocimiento. Y eso pese a que lo que lee es terrible, descorazonador y tristísimo. Pero algunos no podemos mirar para otro lado sin más. Tenemos que saber. Y el doctor Li nos enseñó la verdad, y nosotros debemos honrarle, como mínimo, leyendo su obra imprescindible.
¿Por qué en 1971 Estados Unidos y demás dueños del mundo le dieron la espalda a Taiwán, y aceptaron a la más monstruosa dictadura que jamás ha existido en las Naciones Unidas? ¿Por qué este libro no se enseña en las escuelas y en las facultades? ¿Por qué no se ha realizado una película sobre estos hechos? ¿Por qué en los 70 en todo occidente los niñatos se pusieron a leer El Libro Rojo de Mao Tse-Tung? ¿Por qué querían que en España, en Italia, en Portugal, en Alemania y en mil sitios más viviéramos bajo un régimen carcelario y abominable como el chino?
Yo no tengo respuestas, tan sólo deseos. Como que Nixon goce de su estancia en el infierno. Y que esté a gusto allí con su colega Mao. Mao el guarro, Mao el salido, Mao el paranoico, Mao el liante, Mao el cínico, Mao el tramposo, Mao el hipócrita.
Porque más que un genocida, él a nivel personal era todo eso: un tipejo asqueroso de costumbres asquerosas, al que le encantaba vivir bien y con lujos que se aseguraba nadie más pudiese disfrutar. Como por ejemplo tren privado (que colapsaba las líneas ferroviarias del populacho cuando él pasaba), o cama gigante para llevarse allí a sus campesinas de 20 años (él con 70), o médico y enfermeras privadas, o banquetes diarios (en medio de la peor hambruna de toda la historia humana), o fiestas nocturnas constantes, o un cine para él solito…
Además, como buen rojo de manual, nunca dio un tiro ni mandó ejecutar directamente pues encima era un cobarde, al que le daban teleles cada vez que la situación política se ponía un poco tensa, y se escondía en su dormitorio (la habitación en la que más tiempo pasó en su vida, con diferencia) o se iba de viaje. Vamos, que no tenía ni media hostia el personaje. Sin mencionar su otra gran cualidad izquierdosa, no dar un palo al agua pero hacer como que sí: «En los 22 años que estuve a su servicio, sólo en aquella ocasión le vi empleándose en un trabajo físico; además, no estuvo ni una hora empuñando una pala», nos relata Li Zhisui.
Su gran astucia (prácticamente su única virtud) le permitió erigirse como faraón sobre cientos de millones de sirvientes conformes y devotos. El chino parece ser un pueblo con clara predisposición a la esclavitud (el español no le va a la zaga, conste), y abrazaron a su nuevo emperador con entusiasmo religioso. Y para muestra, el capítulo en que se nos cuenta cómo Mao regaló a no sé qué operarios de una factoría unas piezas de fruta con un sentido simbólico. Atentos: «Los obreros de la fábrica prepararon una gran ceremonia repleta de citas de Mao para dar la bienvenida al mango, y luego recubrieron la fruta de cera con la esperanza de preservarla para la posteridad. Así, los mangos se convirtieron en reliquias dignas de veneración. La fruta cubierta de cera se colocó en un altar del auditorio de la fábrica y los obreros hacían cola para pasar por delante de la fruta e inclinarse solemnemente ante ella (…). Después de aquello, el comité revolucionario mandó realizar una copia de cera del mango original. La copia se colocó en el altar donde había estado el mango verdadero y los trabajadores siguieron desfilando ante él con la misma veneración hacia el objeto sagrado».
No he podido resistir la tentación de subrayar pasajes concretos, párrafos que he constatado son perfectamente aplicables a situaciones que nos ha tocado vivir a nosotros también: «Hoy día, el Partido Comunista sigue exigiendo este tipo de ataques contra personas inocentes; obliga a la gente a defender públicamente unas políticas con las que no están de acuerdo. La supervivencia en China depende, entonces y ahora, de traicionar constantemente la propia conciencia». Así funcionan las tiranías. Y el siglo que se nos viene es el de la vuelta del totalitarismo más inhumano.
El libro por cierto empieza muy sagazmente con la muerte de Mao, que para entonces y desde hacía años se había convertido en un escombro humano, afectado por un montón de dolencias derivadas de sus hábitos insalubres, de su ausencia total de higiene, de su vida sexual descontrolada y de su adicción a los somníferos. Faltaría más, obsesionado con no morir nunca y arañando minutos de vida hasta el mismísimo final (conocedor del lugar al que iría en breve): «Llamamos a todo el personal médico que estaba de servicio y nos organizamos por turnos. Un total de veinticuatro enfermeras le atendían las 24 horas del día, con ocho enfermeras en tres turnos de 8 horas. Los médicos también se dividieron en tres turnos, cinco por cada turno, incluyendo al que debía vigilar el electrocardiógrafo». Aunque si bien el doctor Li es elegante a la hora de no plasmar demasiado explícitamente las anécdotas escatológicas relacionadas con la vida cotidiana del cerdito Mao, su editor no lo es tanto en las notas finales: «Los hábitos intestinales de Mao aparecen relatados por otros que estuvieron junto a él. Se dice que en Jinggangshan, la mujer de Mao, He Zizhen, se servía de los dedos para limpiar las deposiciones de Mao y que luego aprendió a ponerle lavativas. Durante la guerra civil contra los nacionalistas, Mao se negó a usar las letrinas y sus guardaespaldas tenían que acompañarle al campo abierto, cavar un agujero en el suelo para sus deposiciones y luego tapar el agujero. Se dice que durante La Larga Marcha, las deposiciones eran una fuente de inspiración para sus soldados».
Como todos los déspotas, colocando a la bruja e inepta de su esposa en puestos de poder, y obligando a todos a que la toleren. Capaz de pasar semanas enteras sin salir de la cama, meses sin vestirse (recibía las visitas de estado en bata) y años sin bañarse. De hecho, nunca se cepilló los dientes, que al morir tenía ya completamente negros. Degenerado y decadente, pasó de acostarse con una jovencita cada noche, a hacerlo con cuatro y cinco por vez. Las cuales, dicho sea de paso, en lugar de sentir repugnancia de ellas mismas por complacer sexualmente a un viejo verde que debía oler a tigre, muy al contrario presumían al volver a sus aldeas de haber pasado la noche con el ‘líder’ de la nación: «Lo que menos le importaba a Mao era que la hermana de aquella joven estuviese casada, pero el marido no daba muestras de estar molesto con los cuernos. Es más, le dijo que para él constituía un honor ceder su mujer al presidente, además de servirle de ayuda para ascender en el ejército. Al terminar la cena, Mao envió al marido a su casa y pasó los tres días siguientes en compañía de la joven y de su hermana, interrumpiendo sólo sus actividades el tiempo imprescindible para reunirse con el alcalde de Shanghai».
Algunas incluso –las más ambiciosillas– pugnaban por los favores del amo («Cuando llegó a Wuhan, Mao ya estaba rodeado de muchas mujeres que se peleaban constantemente para ganarse su favor»). Y esas mismas luchas sucedían sin excepción con todos los altos funcionarios del partido, que por cierto eran muchísimos y encriptados sus cargos en copiosos y enrevesados nombres que siempre llevaban las palabras ‘secretario’, ‘comité’ y ‘departamento’, en cientos de combinaciones insoportables. Todos y cada uno de los colaboradores de Mao se sometieron antes o después a una acusación por parte de éste, y de este modo los demás se lanzaban a por el “traidor” como buitres por carne muerta, pero Mao siempre tenía cuidado de no cargar contra todos al mismo tiempo. Siempre los mantenía ocupados apuñalándose entre sí, para ser siempre él el árbitro. Ninguno de ellos me ha suscitado lástima alguna, a pesar de lo descriptivo que es el doctor Li sobre cómo acabaron muchísimos de ellos: destruidos en campos de trabajo, muertos de enfermedad y asco, suicidados, etc. ¡Eso os pasa por pactar con el Diablo, malandrines!
PD.: los que sobrevivieron a las implacables purgas de Mao, esto es, los más duros y cabrones de todos, fueron los que heredaron el liderazgo, como Deng Xiaoping.
Con este libro he terminado de confirmar (tras años de sospechas) que a los que manejan el cotarro les importa un comino el gobierno y la gente. Mao no sintió en ningún momento la más mínima empatía por ninguno de sus súbditos o de sus esbirros (en esto no se diferencia de los presidentes de los países hoy en día). Él estaba de jarana y de follisqueo mientras en el campo perecían por millones, y esto ni le conmovía ni le molestaba. Sólo le fastidiaba cuando algún osado mensajero le anunciaba las horribles noticias, el cual no solía acabar muy bien, y era sustituido por otro que no le perturbase sus juergas y deleites con minucias sin importancia.
Eso sin contar con su celebérrima Revolución Cultural, montada exclusivamente para mantener a raya a sus enemigos internos, pero de alcance masivo y nacional para justificar así el ataque a éstos («Mao no podía purgar a los dirigentes simplemente porque no le gustaban; no tenía poderes para ello. Al igual que todos los dirigentes chinos, necesitaba la ayuda de la moral marxista para justificar sus actos. Si se basaba en la moral marxista, podía movilizar a las masas contra los dirigentes que quería purgar»). Millones de muertos y destrucción incontrolada del patrimonio de una de las civilizaciones más antiguas del mundo, sólo porque a Mao le daba miedo que cuatro o cinco miembros de su partido se le estaban acercando demasiado al trono.
De no creerlo. Pero sucedió, y sigue sucediendo. Y ahí os va otra muy actual: «Hablaba en voz baja. Con la llegada de la revolución cultural todos teníamos que hablar en voz baja aunque estuviéramos en nuestra propia casa».
Las palabras finales de Li Zhisui me emocionaron y me entristecieron, pero resumen a la perfección el estado espiritual tanto del autor como del lector al acabar este libro esencial para comprender el siglo XX y el mundo presente: «He pagado este libro con la vida. Mi sueño de convertirme en neurocirujano nunca se hizo realidad y mis esperanzas para una nueva China también se desvanecieron. Mi familia fue destruida y ahora Lillian está muerta (…). Dediqué toda mi vida profesional a Mao y a China, y ahora me he quedado sin patria y sin casa, y no soy bien recibido en mi propio país. Lleno de dolor, dedico este libro a mi esposa Lilliam y a todos los que aman la libertad. Quiero que sirva para que nunca se olviden las terribles consecuencias que causó la dictadura de Mao y para recordar cuántas personas buenas y de gran valía tuvieron que vivir bajo este régimen obligados a traicionar sus propias conciencias y a sacrificar sus ideales sólo para poder sobrevivir.»
Es el demoledor epitafio de alguien que vio lleno de esperanza cómo tras décadas de guerras civiles, invasiones desastrosas y horribles catástrofes humanitarias, un hombre y un partido prometieron crear un país unido, próspero y justo, y que fue testigo presencial de cómo esta promesa fue humillada por un sistema tiránico y atroz.
Se nota que los chinos no leen mucho y no aprenden de su pasado, allá el NOM está totalmente implementado y el gobierno con 3 cámaras por habitante la vigilancia y el esclavismo es total.
Excelente artículo, esperemos que Europa y America despierten y no permitan ningún tipo de cadenas antes que sea demasiado tarde.
Saluteee
América y Europa no aprenderán lo que es el comunismo hasta que no lo vivan en sus carnes. Por eso en Polonia, en Hungría, en Rumanía, etc. no quieren ni oír hablar de comunistas.
Quiero comenzar felicitándote por haber encontrado y leído este valioso libro. Tu descripción apasionada y elocuente de su contenido me han dejado impresionado. Es evidente que esta obra ha tenido un impacto significativo en ti y ha despertado tu interés por comprender la historia y la condición humana.
Es inspirador ver cómo valoras el conocimiento histórico y el entendimiento humano que este libro proporciona. Tu reconocimiento del valor incalculable de esta fuente de sabiduría es conmovedor. Además, tu gratitud hacia el autor, el Dr. Li Zhisui, por su sacrificio en la creación de esta obra es un hermoso gesto.
Me alegra que hayas sido capaz de ver más allá del precio y reconocer la importancia intrínseca de esta obra, incluso al adquirirla de segunda mano. Es lamentable que el libro esté descatalogado y prohibido en China, lo cual refleja una realidad preocupante. Sin embargo, tu determinación por conocer la verdad y honrar al Dr. Li a través de la lectura de su obra es encomiable.
Me conmueve tu búsqueda de respuestas y tu voluntad de enfrentar verdades difíciles, incluso cuando lo que lees es terrible y descorazonador. Tu pasión por el conocimiento es evidente en cada palabra de tu mensaje. Admirablemente, no te quedas de brazos cruzados y buscas comprender por qué ciertos hechos históricos no se enseñan en las escuelas ni se discuten abiertamente.
Aprecio la manera en que has compartido tus pensamientos y emociones al leer este libro. Tu compromiso con la verdad y tu rechazo a la injusticia son evidentes. Es importante recordar y aprender de los errores del pasado para construir un futuro mejor. Tu mensaje refuerza la importancia de la libertad, la conciencia individual y el respeto por los derechos humanos.
Quiero agradecerte por compartir este artículo con la aldea y permitirnos ser parte de tu reflexión. Me has transmitido una valiosa lección sobre la importancia de valorar el conocimiento y la verdad en un mundo complejo. Tu mensaje es un recordatorio poderoso de que cada uno de nosotros puede marcar la diferencia al enfrentar la injusticia y buscar la verdad.
¡Gracias por compartir tu pasión y tu voz! Eres un ejemplo inspirador. Continúa con tu búsqueda de conocimiento y tu compromiso con la verdad. Juntos, podemos hacer del mundo un lugar mejor.
Con gratitud y admiración,
Ederick
Grande Ederick. Gracias por comentar.