Otra ignominia más en lo que al estudio de la II República y la guerra subsiguiente se refiere. Y me refiero al manto de silencio que hay (que ha habido durante décadas) sobre libros esenciales como este. Clara Campoamor no hace como sus compañeros de la política: irse a un casino parisino y redactar una parlotada cursi y falsaria sobre lo trágica que ha sido nuestra lucha fratricida y blablablá.
La Campoamor no hace retórica pelmaza como Azaña y compañía. Ella escribió in situ un análisis certero y riguroso del cómo y del porqué de una situación tan lastimosa que la obligó a salir pitando de España, asustada (con toda la razón) ante los registros ilegales, saqueos y asesinatos que los milicianos de la “república” estaban llevando a cabo en Madrid con total impunidad.
(…)‘Quedarse ciego con tal de que otro se quede tuerto’. He aquí toda la política del Frente Popular en la lucha armada que, sin ningún éxito apreciable, prosigue sin interrupción desde hace meses.
Doña Clara describe al breve régimen republicano como un estado fallido, errático al principio, corrupto más tarde, y completamente deschavetado al final, presa de violencia y de extremismos totalitarios (los que ya asomaban la cabeza desde Europa). Atinada en señalar a los socialistas y a los separatistas como los culpables en última instancia de desplomar la legitimidad de los gobiernos republicanos, no se pierde en sentimentalismos ni en amarguras a la hora de relatar los vaivenes traumáticos de la república burguesa por la que tanto había combatido, y que hacía ya tiempo se había convertido en un intento mal llevado de república soviética, patrocinada por una potencia extranjera totalmente ajena a los conceptos de libertad e igualdad en los que ella creía.
Podemos afirmar que la República española, nacida el 12 de abril, cae hoy aniquilada por las fatales consecuencias de las divisiones de los republicanos y de la alianza de una parte de los republicanos con los socialistas.
Da en la diana por cierto cuando predice que cualquiera sea el bando ganador, instaurará una dictadura que someterá con crueldad a los del bando perdedor. ¡Y escribió esto antes de cumplirse un año desde el estallido de la guerra!
Llama la atención que no se nos pone pastelosa o quejica a pesar de que sufrió lo suyo escapando de Madrid y del país, aguantando amenazas, arrestos e incluso alguna chabacana conspiración para asesinarla, todo eso mientras cuidaba de su anciana madre de 80 años y de una sobrina de 14. Se deduce que el riesgo de la huida merecía la pena, siendo ella testigo directo de cómo los pistoleros anarquistas, comunistas y socialistas saciaban su sed de sangre todas las noches desde aquella del 12 de julio, en que la guardia personal del socialista Indalecio Prieto saca de madrugada al diputado José Calvo Sotelo de su casa y lo mata de un disparo en la cabeza en el mismo coche en que supuestamente lo iban a llevar a jefatura (¿os imagináis a guardaespaldas de Pedro Sánchez secuestrando a Feijóo o a Abascal y asesinándolos?).
He aquí cómo los republicanos de izquierda y los socialistas han conseguido transformar en beligerantes contra la República a fuerzas que siempre habían peleado por ella.
Es importante leer estos libros (pese a estar medio enterrados por la oficialidad), ya que si un buen día el presidente del gobierno sociata dice a viva voz que ‘Clara Campoamor tuvo que salir de Madrid huyendo del fascismo’, nosotros podemos al menos saber que está faltando a la verdad, e incluso decirle a su jeta de cemento: ‘no, oiga, salió huyendo de ustedes’. Y es importante que leyes dictatoriales como la de “memoria histórica” (cuyo nombre ya parece un sarcasmo) no salgan nunca más adelante, no vayan a prohibir los libros de Clara Campoamor, que de primera mano dibujan una II República sensiblemente distinta a la que los charlatanes pretenden obligar a creer a las nuevas generaciones.
Se llegó de este modo a constituir, más que un movimiento republicano, un movimiento contra la monarquía. (…) Se votaba contra la monarquía personal de Alfonso de Borbón y no por una revolución social que estremeció el país de arriba a abajo.
Doña Clara explica la vieja proclama de que ‘la República murió por falta de republicanos’.
Los ingenuos republicanos, demasiado ilusionados por la llegada de la República, no pensaron un instante en la organización que iban a dar al nuevo régimen. Tenían tan escasa fe en su éxito que se vieron sorprendidos por las pesadas tareas del gobierno cuando no tenían pergeñado ningún plan, ninguna idea de lo que debían o podían hacer.
Y ahonda todavía más:
Han demostrado desde 1931 una incapacidad política que ha desbordado todas las previsiones. Al final no vieron el abismo hacia el que empujaban al país decidiendo, a la ligera, sostener una lucha durante la cual tendrían que armar al pueblo.
Pase que hicieran todo lo humanamente posible por impedir que las mujeres votasen, vertiendo sobre la señora Campoamor toda especie de insultos y desprecios. Pase que ahora se apropien de ese triunfo que no sólo no les corresponde sino que además se desvivieron por evitar. Pero que reescriban la biografía de una mujer que lo único que hizo* fue tratar de sobrevivir a la terrible guerra que ellos mismos habían provocado encima, ya jode. YA BASTA, MIERDA.
* Bueno, eso y su ‘Pecado mortal’, osar contravenir los designios de la izquierda mafiosa y no parar hasta que el voto femenino no fuera una realidad.
Todos los republicanos, si hubiesen estado unidos, habrían indudablemente podido lleva a cabo una política liberal, burguesa, evolucionista, tan alejada de las ambiciones más desfasadas de la derecha como de las vanas aspiraciones del marxismo. Desgraciadamente las disputas internas y muy especialmente la envidia de los líderes, abortaron todo posible desarrollo, al acusarse mutuamente cada parte de extremismo de una u otra tendencia, y lo que es peor, de falta de escrúpulo en la administración. No se desdeñaba ningún arma, mientras pudiera herir.
En ese párrafo, en fin, manifiesta sutilmente que no era nada amiga del marxismo. Y el marxismo, el anarcosindicalismo y el separatismo defenestraron la república finalmente, así que es natural que no les profesara admiración alguna, ni a esos movimientos ni a sus mediocres líderes.
P.D.: el listillo progre (seguramente de derechas, de los “equidistantes”) que se marca un prólogo de cien páginas, se podría haber ahorrado su opinión sectaria y vulgar, tan propia de nuestros tiempos. El tipejo además se arroga sin ningún pudor el derecho a censurar a la autora cuando en algún punto de su obra, ella se atreve a alabar a los quintacolumnistas que se jugaban el pellejo en el Madrid del terror rojo, más concretamente cuando disfrazaban un vehículo para parecer de la Cruz Roja y, con él y desde él, acometían actos de sabotaje ametrallando a asesinos del Frente Popular. ¡Ole sus huevos de ellos, digo yo!