
Hasta la mitad. No he podido más. No conozco literatura que me cause más pereza y resoplidos que esta. Es vulgar, cursi y muy pedante. Y narrativamente… Oh Dios mío, qué catástrofe.
Los capítulos no son tales, son apelotonamientos de letras, sin estructura. A menudo se suceden docenas de páginas sin un punto y aparte, como si fuera un niño grande el que le está contando un cuento largo a otros niños más pequeños, y éstos no parasen de preguntar ansiosos ‘¿y qué pasa después? ¿Y qué pasa después?’
Las descripciones plomizas e innecesarias ralentizan la acción, convirtiendo su lectura en pegajosa, cansina y torpe. El ‘por dónde iba’ y el tener que releer pasajes se hará habitual si os atrevéis con este primer volumen de las Leyendas de la Dragonlance.
Hace gala de un humor blandurrio sin ninguna sustancia, en que apenas algún personaje supone algún alivio no tanto por las estupideces que hace, dice o piensa, sino por su naturaleza, como es el caso del kender. Aunque obviamente ni eso es original, pues se trata de una versión kitsch de los hobbits de toda la vida.
A mí no me gusta tomar notas mientras leo (me consta que hay que gente a la que sí), por eso el coñazo que supone recordar a todos los personajes que van saliendo, y las sub-tramas inconclusas que se van originando, para mí es insoportable. Sin contar que el análisis psicológico de aquéllos no es sino una descripción pesadísima de hasta la más insignificante de sus reacciones. Hace ya muchos años que no echo de menos dibujos en los libros, pero la Dragonlance es una honrosa excepción.
Unos chabacanos “cliffhangers” al final de todos los capítulos son la prueba de que los autores están más influidos por las series de televisión de su época que por otra literatura de mayor enjundia y calidad que la de ellos. Vamos, que son gente poco leída… o a quienes la lectura les ha calado poco.
Esto último queda más que demostrado con el peor de los muchos defectos de esta novela de tres al cuarto: el uso basto y chocarrero de palabrejas rebuscadísimas que hacen la lectura todavía más incómoda. Y además, términos que se nota a la legua que los escritores (primera vez en mi vida que me enfrento a un libro escrito por más de una persona, por cierto) buscaron en algún diccionario de sinónimos cutre y dijeron ‘¡eh, qué palabra más chula, pongámosla aquí, mira qué bien queda!’ Hablo de la horterada que supone usar –y más en este género– expresiones como ‘escudriñar la sedosa penumbra’, ‘fulgor argénteo’, ‘rayos mortecinos’, ‘bruñidos muros’, ‘meros rescoldos’, ‘invisible hacedor’, y un interminable etcétera que hallarás abriendo el libro al azar.
Mirad, transcribo un simple parrafillo muy representativo de estos ordinarios diálogos: – Así es –Confirmó Raistlin en respuesta a las elucubraciones de Dalamar–. No hay en Krynn un ser viviente capaz de lastimarme y menos aún tú, joven aprendiz. Pero he de reconocer que eres valiente. Con frecuencia has permanecido a mi lado en el laboratorio, contemplando a los entes que yo arrancaba de sus planos de existencia aun a sabiendas de que si cometía un error, si respiraba a destiempo, desgajarían nuestros corazones y los devorarían mientras nos convulsionábamos en un indecible tormento.
Desesperante leer algo así. Aunque puede que sea cosa del traductor, quién sabe.
En fin, y en cuanto al argumento… ¿Hubo un viaje en el tiempo? Ni me interesó. Es una lectura que no engancha. Para una serie de Netflix de ver una tarde anodina, da. Para una serie de comics con dibujos bien grandotes, da. Para un videojuego de acción, espada y hechizos, da. Para mazacotes de letra pequeña de 500 páginas, no da.
Al menos, estas… ¡¿más de cien novelas?! Han dado lugar a un bello arte de ilustraciones y de otros campos, como los juegos. Una pena que nadie se anime a lanzar estas aventuras en el cine o la tele –si bien es cierto que hubo un intento poco logrado en el campo de la animación en 2008–, pues aunque mal escritos, se trata de relatos con bastante potencial cinematográfico, y yo estoy seguro de que noveluchas de fantasía mucho más mediocres (más aún quiero decir) han sido llevadas alegremente a la pantalla con millones de dólares detrás. Supongo que esto también es síntoma de la poca confianza que la comunidad de fans tiene en su propia obra fetiche.
Que por cierto, los fans hispanohablantes ni siquiera se han tomado la molestia de publicar una relación exhaustiva de los tomos editados hasta la fecha con resúmenes, desglose de personajes, mapas, etc. Todo muy extraño (y deprimente).
Literatura para adolescentes, en el peor sentido posible.