Está claro que a los británicos les interesa el concepto de civilización, de sus límites poco definidos y de cómo el individuo se enfrenta a dichos límites. La isla del doctor Moreau es un libro que tengo pendiente hace mucho pues tengo entendido es bastante original e impresionante (y porque ya su autor me logró captar cuando leí La guerra de los mundos). Y aparte, este mismo año me he leído El corazón de las tinieblas, que en cierta manera conecta con el que nos ocupa. Mucho más ligera, la novela Dos años de vacaciones de Julio Verne recuerdo haberla leído de pequeño en una versión ilustrada y resumida. Y El señor de las moscas (65 años posterior) parece este mismo relato filtrado por alguna pesadilla siniestra.
El hilo central me ha cautivado, y siempre me ha interesado el carácter supuestamente auto-destructivo del ser humano en sociedad –a este respecto, recomiendo una película extraordinaria y olvidada cuyo título es RAPA NUI, igualmente situada en un entorno aislado y primitivo–. También digo que no la incluyo entre mis lecturas favoritas, pese a lo fascinante del tema y de la ejecución del mismo, por culpa de su estilo recargado y adornado. Tanta palabrería se me hacía cansina cuando no incomprensible, y más de una descripción o situación no las entendí directamente.
Los puntos en los que yo me centré al leer el texto fueron esencialmente tres: el liderazgo, el miedo y el tabú. Supongo que a otros lectores les llamarán más la atención otros temas también tocados en la novela, pero yo me he quedado con esos.
Establecidos los dos liderazgos, que más pronto que tarde se revelan antagónicos, con sus respectivas –y descompensadas– tribus, la de las normas (razón) y la de los cazadores (pasión), el combate moral que se libra evidencia que el autor conocía muy bien el alma humana. El personaje de Jack cuenta con la ventaja de la superioridad física y también económica (el ser poseedor y administrador de deliciosa carne de cerdo, eso lo convierte en rico). Su agresividad y voluntad de mandar a toda costa hacen el resto. Y cuando asume definitivamente el mando, acalladas las voces discordantes, se confirma que es un tirano, ya que tortura a quien no le obedece o quien considera ha mostrado un mínimo atisbo de rebeldía. Y encima lo hace a través de secuaces: es un déspota clásico.
Dos elementos importantes que son motivos de riña entre ambos jefes son dos reflejos de tímida y frágil civilización: fuego y caracola. Cuando ambos perecen, todo se viene abajo. La llama de la civilización siempre está en peligro de extinguirse en cualquier momento (en aquel lugar recóndito o en la vieja Europa, lo mismo da). Otros símbolos civilizadores algo menores son olvidados prácticamente desde que ponen el pie en esa isla maldita, como sus uniformes y su higiene personal.
Luego, el miedo irracional se apodera de todos, y pronto este miedo se convierte en elemento de poder para aquellos que se sienten con la astucia suficiente como para proyectarlo y modularlo hacia los demás. Y el ambiente para conseguir esto es el idóneo. Por ejemplo, Simon tiene visiones chungas con la cabeza del jabalí, pero en general el clima de la isla, con niños traumatizados que no paran de tener pesadillas y fantasías acerca de una ‘fiera’ que nadie ha visto (y que por consiguiente, es aterradora), es alucinatorio y enfermizo.
Y el elemento fundamental (para mí): el tabú. El pacto tácito sobre un hecho vergonzoso e incómodo* que les lleva a guardar silencio acerca de algo que tendrían que afrontar por su gravedad. Es una sociedad corrompida, ya no es inocente. Porque si alguien comete un crimen pierde su inocencia, pero si los demás conscientemente deciden ignorar o disculpar el crimen, se hacen cómplices, y todos participan en mayor o menor grado. Esto le ha ocurrido a la “tribu” española en su conjunto muchas veces, como el 11 de marzo de 2004, por poner sólo un caso.
* Este hecho son tres muertes trágicas, las cuales aumentan en grado de maldad y de estupidez chiflada conforme se van sucediendo: la del niño de la mancha en la cara, que “desaparece” después de que los mayores incendiaran accidentalmente parte de la isla; la de Simon, que muere a manos de una turba enloquecida y confusa; y la de Piggy, que es ya un acto premeditado y cruel, una demostración de poder en contra de la disidencia; y habría que incluir el asesinato frustrado en el último segundo de Ralph, cuando los isleños se han convertido todos en una única voluntad, manejada, en efecto, por el Señor de las Moscas.
Y en lo referente a las películas que se han hecho, comentar que en esta vida no hay nada más engañoso que el prestigio. Y lo digo porque el afamado Peter Brook encabezó su primera versión de cine (1963), la cual, no parece una película de verdad. Parece más bien el trabajo primerizo de algún prometedor director, hecha a lo experimental. Rodada además con un feote blanco y negro que hace que la filmación parezca quince años más antigua de lo que es, y con unos niños con los que no habían ensayado lo suficiente. Nunca la doblaron al español porque se dieron cuenta de que era un tostón.
La moderna (1990) es, en comparativa, mil veces superior (inexplicablemente, peor valorada), y me atrevería a calificarla como un pequeño clásico, y la plasmación definitiva de la novela en la pantalla. Si bien admito que es un largometraje desagradable de ver, al igual que el libro es desagradable de leer, y su tema central es desagradable de recordar. Hay sombras en nuestro corazón que, aunque es necesario asumir, siguen siendo ingratas, y siempre incomoda pensar en ellas.