En la envidiable tradición británica de saber adaptar al cine y la televisión su pasado histórico y literario con reverencia y maestría, acabo de volver a adentrarme en el jardín encantado que da nombre a la película (antes novela, obviamente), y a confirmar lo que dije hace poco en mi último artículo de la web. https://jachi.es/teoria-de-los-paraisos-efimeros/
La búsqueda de escondrijos, de refugios, de lugares especiales, de ‘paraísos efímeros’, donde guarecerse y respirar y descansar. El título no podría ser más acertado: un jardín, que siempre quieras que no evoca naturaleza, vida y alegría; y secreto, es decir, nuestro, exclusivo, disfrutable sólo por unos pocos. Puede que no únicamente porque esté escondido (como el de la película), sino porque sólo unas pocas personas saben apreciarlo.
Es la tesitura de los tres niños protagonistas, que descubren este maravilloso vergel y automáticamente olvidan que estaban solos en el mundo –el caso de Mary Lennox–, o que estaban irremediablemente enfermos –el de Colin Craven–. Ambos se equivocaban, pero no se dieron cuenta hasta penetrar en el jardín. Yo siempre he sido muy aficionado a investigar nuevos senderos que me inquietaban. Y casi siempre que lo he hecho, mi osadía fue recompensada con magníficos descubrimientos, de lugares, de personas y de experiencias.
Supongo que la mayoría de la gente está demasiado ocupada para advertir dichos senderos. O si reparan en ellos, son demasiado perezosos para decidirse a andarlos. O si se deciden, son demasiado cobardes para dar el primer paso. Por eso casi todo el mundo se queda parado en el mismo sitio años y años, y por eso van criando amargura y frustración. Todos estos temas son tratados en el film con más sutileza y ternura que la que yo puedo expresar, pero el tema que más me ha impresionado ahora de adulto (y lo digo porque ya había visto esta película de chico, y recuerdo que me gustó bastante), evidentemente es el de la supuesta enfermedad del pequeño Colin.
La pérfida señora Medlock ha construído todo un relato (con la complicidad igualmente maliciosa de matasanos y boticarios) de que el hijo del lord no puede valerse por sí mismo, y es un enfermo, y representa un peligro para él y para los demás. Lo tiene reducido a un escombro humano, llorón, débil e inválido. Ha conseguido hasta convencer al pusilánime de su padre de que el tormento al que le somete a diario y desde hace años es lícito y, naturalmente, por su bien. ¿Os suena todo esto?
Cuando la providencial Mary logra, no sin esfuerzos, arrancar al psicológicamente destruido Colin de su cama, y por lo tanto, del control de la miserable ama de llaves, ésta se da perfecta cuenta del fracaso de su plan, y en una escena para enmarcar y ponerles en bucle a unos cuantos que yo me sé, la tipa chilla: ‘¡Quitáos esas estúpidas mascarillas, para qué sirven ya!’
Es una historia repleta de magia y misterio, absolutamente indicada para niños, si no fuera por la mala leche que esta situación tan horrible destila (orfandad, sometimiento, abandono, etc). Pero es que si lo pensamos bien, todos nos hemos criado en medio de una situación dramática, e incluso lamentable, pero salimos adelante, algunos incluso sin muchos traumas. ¿Por qué? Porque todos teníamos nuestros jardines secretos en los que resguardarnos.
Con una dirección extraordinaria de Agnieszka Holland, una fotografía estupenda y una banda sonora bellísima, al dulce pastel sólo le hacía falta estar rematado por unas actuaciones correctas. Pero no conformes, Kate Maberly (que pareciera que diseñaron toda la producción para que se luciese con apenas 10 añitos, y lo lograron) y Heydon Prowse bordan sus difíciles papeles, asistidos por la especialista en roles de vieja bruja Maggie Smith y el solvente John Lynch, como atormentado y depresivo lord inglés.
Os aconsejo saltaros la nueva versión de 2020 que no os exagero al deciros que es una basura, y en espera de ver un par que realizaron para T.V. (también de animación) y una en blanco y negro, esta película de 1993 es extraordinaria, y puede que necesitéis verla unas cuantas veces a lo largo de los años para daros cuenta, como me pasó a mí.