Sirk, Drove y los erizos

Antonio Drove Fernández-Shaw

El año que Antonio Drove se vino a casa, el verano climatológico empezó pronto, ya en Abril hacía un calor de finales de Mayo, llegó cuando el Festival de Cine de Málaga comenzaba  y cuando finalizó, nos vinimos a Marbella, tenía la intención de quedarse una semana, pero esa semana se convirtió en dos meses. Yo estaba encantada porque era un amigo leal, entrañable y cariñoso, y uno de los hombres mas inteligentes que he conocido y tengo la suerte de haber sido amiga de unos cuantos.

                                        Se instaló en la tercera planta en el dormitorio de mi hijo Galileo, y allí estuvo hasta que él volvió de Granada al final del curso universitario. Antonio amaba el mar como nadie y le encantaba nadar durante horas, así que cada día, antes de irme a dar mis clases en la ESAD de Málaga, tenía que llevarle a la playa y allí se quedaba hasta que yo volvía muchas horas después. De nada servían mis advertencias y mi temor a que tuviese algún percance durante esas horas, solo, con su infantil temeridad y sin teléfono (entonces no teníamos móviles) y él era un hombre intrépido cómo un niño pequeño jugando a ser un héroe. Así que allí le dejaba y me marchaba preocupada con la inquietud de su intrepidez. Un día llegamos a la playa a las diez de la mañana, había bandera roja y unas olas de tres metros, con una resaca muy fuerte de levante. En vano le supliqué que no se quedase, que no se metiese en el agua, por mucho que insistí se empeñó en esperarme allí como había hecho cada día. Le advertí, del peligro, le dije que podía estrellarse contra las rocas y no sobrevivir, me miró, con sus ojos verdes, detrás de sus gafas y se burló de mis preocupaciones. 

                                                 Cuando volví por la tarde, unos pescadores se dirigieron a mi para informarme de lo que había ocurrido: Se introdujo en el mar, a pesar de la prohibición y la resaca lo llevó hasta las rocas de donde no podía salir, estos pescadores llamaron a emergencias y tuvo que venir la Cruz Roja a rescatarle, cuando le sacaron sus pies estaban acribillados con las espinas de los erizos que se habían clavado en su piel, las tenía incrustadas de  forma profunda y no podía andar. De manera que lo subimos en el coche y le llevé a casa en ese estado. Cenó dolorido y después con unas pinzas y aceite de Argán me dispuse a sacar de sus delicados pies cada una de las múltiples espinas negras. El cine y la literatura presidían cada día nuestra conversación, su sabiduría e inteligencia brillaban en todas y cada una de las adorables charlas que compartíamos durante horas, esa noche, mientras yo le sacaba con mucha dificultad cada enorme púa, debatíamos acerca del melodrama y Douglas Sirk presidía lógicamente el tema, el gran director le había comentado a Antonio que “la vida no es el arte y el arte no es la vida, pero la vida puede estar llena de arte y el arte lleno de vida, si no sería algo bastante sombrío esto de vivir”. Cada tres espinas que sacaba descansábamos para que pudiese soportar el dolor. Él estaba preso de cierto sentido de culpa por su imprudencia y abrumado por el susto tan grande que me había dado, pero seguía comentando su conversación con Sirk, así se refería a la película “Siempre hay un mañana”, el gran maestro alemán decía que era muy pesimista porque “trata del vano intento de la humanidad por encontrarse a si misma, de encontrar eso que llamamos felicidad. Empujando los días , esperando que esa felicidad llegue, diciéndose a sí misma: siempre hay un mañana…La felicidad llegará. Fingiendo ser feliz, cuando en realidad se es infeliz. De alguna forma , siendo o permaneciendo siempre en la infancia, con ese temor a vivir plenamente, permitiendo que la vida se escape por vivirla así. La película trata de la incapacidad del personaje para alcanzar la felicidad. Nunca fue capaz de entregarse a la mujer que amaba, a pesar de que ella le esperaba. El cielo no permite  mucho a la humanidad, pero por lo menos permite el amor y eso es: “Todo lo que el cielo permite” y el hombre que se niega a amar por temor a sufrir o por cualquier otro miedo será castigado”.

                                           Con las siguientes espinas pasamos del amor al temor, al terror permanente y al complejo de culpa, así llegamos a Fritz Lang. ¿Asesinó verdaderamente a su esposa cuando ésta le sorprendió con su amante? Nunca sabremos la verdad porque los nazis construyeron una versión que le libraba del crimen, pero sabíamos que lo hicieron para que no abandonase Alemania y siguiese trabajando en sus estudios de la UFA. Esa culpa, y la duda acerca de aquella muerte le persiguieron toda su vida. Está en “M el Vampiro de Dusselforf”, en “Los Sobornados”, en “Deseos Humanos”, en “Solo se vive una vez”, en “Mas allá de la Duda”… gran parte de su filmografía está presidida por ese terrible temor a que los demás averigüen tu secreto. Antonio y yo compartíamos muchos puntos de vista, y nuestras preferencias cinematográficas estaban lideradas por estos grandes cineastas. Mi admiración y cariño por él como el gran guionista y director que era no disminuían cuando le sacaba las puas de erizo, le aceptaba con su peculiar carácter y me entristecía su enorme capacidad autodestructiva, en vano intenté que fumase menos, que se cuidase mas y que se alimentase mejor, no lo conseguí, a pesar de que él también me quería muchísimo y consideraba seriamente mis opiniones. Terminé, después de mas de hora y media, de sacar todas y cada una de las espinas, pero no pudo ponerse sus zapatos durante algún tiempo, fui a Banús  y le compré unas deportivas blanditas con las que pudo andar sin problemas . Asi es que paseamos muchos días al lado del mar, al atardecer, decidiendo si Faulkner era mejor escritor que Steinbeck, o si los dramas de Strindberg eran mas trágicos que los de Ibsen. 

                                        Después, los años siguientes, viajamos juntos, hablábamos, nos llamábamos, nos veíamos, Una vez nos fuimos a Ronda a un curso de cine con José Luis Garci donde Antonio dio una brillantísima conferencia sobre Orson Welles… Y un día se me murió en París, me enteré al abrir el periódico, de cáncer de pulmón, como consecuencia de tanto tabaco. Las puestas de sol de Marbella no han vuelto a ser las mismas desde entonces, nunca lo serán. Le echo de menos, le recordaré siempre, ojalá pudiese volver a sacar las espinas de sus pies, me gustaría volver a reprocharle su constante temeridad poniendo en riesgo su vida, pero ya no tiene vida y yo no le tengo a él. Solo quedan sus películas.

Por Ana MEGÍAS CALERO

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