Vivo rodeada de ingleses, mi hijo abogado tiene un porcentaje muy alto de clientes ingleses, les conocemos bien. Así es que aunque no somos aficionados al fútbol, ayer deseamos con todas nuestras fuerzas que España les derrotara.
Ellos no sólo no nos aprecian, sino que están aquí desde hace cuarenta años y no han aprendido a decir “buenos días ” porque nos desprecian, viven en España como si fuese una de sus perdidas colonias. Tienen sus bares, tiendas, constructoras, clínicas, etc. Comen en sus espantosos restaurantes esa bazofia que se tragan, no pisan un museo, ni una catedral. Son unos piratas y van borrachos por la carretera desde las nueve de la mañana. Son feos, se casan con mujeres viejas y feas, no respetan ni las reglas de tráfico de nuestro país. Envejecen muy mal: ellos se transforman en mujeres decrépitas y ellas parecen mineros jubilados. Creen que las leyes españolas no están hechas para que ellos las cumplan y te lo dicen con la arrogancia/grosería que les caracteriza. Están convencidos de que un carnicero de Manchester es más digno de pleitesía que un magistrado español.
Son tan racistas y déspotas como Hamlet, estos hijos de la Gran Bretaña, fueron derrotados anoche por la “superioridad española” y yo lo celebré con mi hijo con Moet Chandon.
A N A M EG Í A S
Ana, habría dado lo que fuera por tenerte a mi lado estas Navidades cuando paseaba atónito por Liverpool, incrédulo, y finalmente desanimado. Tras ocho días en ese inhóspito país, confirmé lo que llevaba sospechando años: nuestra cultura mediterránea, romana y católica le da mil vueltas a esos pseudo-salvajes, esos orgullosos y alcoholizados ladrones.
Maldita sea la ridícula anglofilia que impera en todo Occidente desde hace décadas.