La mujer que no procura felicidad

Buenas suerte, Leo Grande

Yo tenía una abuela paterna maravillosa a la que debo mi amor por la música, la literatura y el cine. Desde que tenía dos años, decidió llevarme a los conciertos de música clásica y a la ópera, a los que ella acudía con mucha frecuencia, para educarme el oído. Debo decir que yo era una niña muy buena y formal, me encantaba estar en su compañía porque me trataba como a un ser inteligente al que había que formar desde la sabiduría. Así es que me sentaba en silencio y escuchaba con atención no sólo la música, sino al escritor que impartía su conferencia, asombrado de ver a una persona tan pequeña, sin moverse, ni distraerse, oyendo sus palabras. Mi abuela era Rosario Bertuchi, había sido una brillante concertista de piano y a la casa de sus padres en Granada, asistían a diario, a sus tertulias, Manuel de Falla, Manuel Machado, Andrés Segovia, Ismael La Serna, Manuel Morcillo, un joven Federico García Lorca, etc. Y mantuvo su amistad con ellos toda su vida. Era elegante y desde que murió mi abuelo, iba de negro con sus vestidos bordados en azabache, mis amigos la llamaban Eugenia de Montijo.

Cuando cada tarde, la sirvienta me recogía del colegio junto a mi hermana, nos llevaban a la casa de mi abuela y mientras ella se quedaba allí jugando, mi abuela y yo nos íbamos a la calle; si no había concierto ni conferencia, nos dirigíamos a la iglesia, donde rezaba una novena a la Virgen de las Angustias y después al cine, todos los días, en muchas ocasiones al que los curas tenían, junto a la iglesia, en el Marruecos español. Pocos saben de la afición del clero católico por el séptimo arte durante el franquismo. Años mas tarde, mientras estudiaba en Granada, no me perdí los ciclos que los jesuitas organizaban en su espléndido cine club. 

En los años sesenta yo no tenía edad para entrar a ver películas para mayores, pero mi abuela se hizo amiga de un portero de un cine y me dejaba pasar como si tuviese dieciocho años. 

He recordado hoy una magnifica película que, junto a mi abuela, vi en mi niñez: ‘La Primavera Romana de la Señora Stone’, película que me impresionó, aunque ya notaba que el comportamiento de aquella mujer protagonista era errático y sórdido, comprendí que era un film extraordinario porque había visto las suficientes películas para tener criterio cinematográfico.

En su argumento, una bella y rica mujer que se ha quedado viuda, está viviendo su madurez y el recuerdo de sus pasados éxitos como actriz. Vive en Roma, en un lujoso apartamento alejada de la actividad artística y calma su tristeza con jóvenes gigolós italianos. Estaba dirigida por un desconocido director, José Quintero, e interpretada por Vivien Leigh y Warren Beatty. Era una producción británica, con un guión de Gavin Lambert y Jan Read sobre la única novela que escribió Tenesse Williams. 

Nunca dejé de maravillarme ante la persistencia y el poder de la tristeza sobre el ser humano. Creo que, al final, las cicatrices hacen tanto daño como las heridas. Lo importante es colocar una coraza sobre el corazón y rechazar los malos recuerdos del pasado. Cuando Williams escribió su novela estaba en el ocaso de su vida, su amante había muerto y se consolaba con numerosos prostitutos que alquilaba. Es entonces cuando crea a la Señora Stone, una fantasía homosexual, como todos y cada uno de los personajes  femeninos que escribió para el teatro: la Blanche Dubois de El tranvía llamado Deseo, la Maggie de El tejado de zinc caliente, etc.

Estoy convencida de que, como dice Cloderlos de Laclos, “el hombre goza de la felicidad que experimenta y la mujer de la que procura. Esta diferencia tan esencial y tan poco notada influye, sin embargo, de un modo bien sensible sobre la totalidad de su conducta respectiva; el placer del uno es el de satisfacer deseos, el del otro es con especialidad el de hacerlos nacer. El de agradar no es para él sino un medio para conseguir lo que pretende, mientras que para ella es el logro mismo; y la coquetería, que tantas veces se echa en cara a las mujeres, no es otra cosa que ese abuso del sentir, y por lo mismo prueba su realidad.’ En la película, la Señora Stone se comporta como hacen los hombres y cualquier parecido con una mujer es tan absurdo como en sus dramas teatrales. Sin embargo, la amargura masculina homosexual nos conmueve tanto como la femenina porque el talento de Tenesse Williams es indiscutible, sus personajes son tan reales como su atormentada vida, y la profundidad de la pena y la desesperación en sus textos nos aleja del tedio y entonces comprendemos que, como dice Ciorán, “toda forma de impotencia y de fracasos comporta un carácter positivo en el orden metafísico”. 

Pero yo me he acordado de mi abuela y de esta película porque he visto un film absurdo y mediocre en una plataforma conocida. Su protagonista, Emma Thompson, en una entrevista reivindica la diversidad de cuerpos en el cine. Y lo hace desde una película en la que una mujer de sesenta y tres años decide contratar a un chico muy joven para experimentar una sexualidad que no ha tenido con su marido en pleno siglo XXI. Así, después de soportar un guión desprovisto de talento, donde los personajes tienen una relación que aburre a las abejas, con escenas ridículas, como en la que la protagonista le informa a la camarera del hotel donde se acuesta con el muchacho, antigua alumna suya, que le ha contratado para tirárselo en la habitación, y la escena y todo el film carecen de una perspectiva que no sea tragicómica y en el asombro ante tanta estupidez, llega el tremendo desenlace: Emma Thompson se despide del joven con el título de este despropósito, “Buena Suerte, Leo Grande”, para inmediatamente dirigirse al espejo y mostrarnos un desnudo, gratuito e integral de su feo y decrépito cuerpo antes de los últimos títulos de crédito.

La gente suele decir: “el tiempo todo lo cura”. Mentira, el tiempo todo lo quema, el tiempo humilla y veja y no se debe hacer alarde de la decrepitud, no se es más moderna, ni más feminista, ni más progre mostrando tu desgraciado cuerpo sin que venga a cuento; del tiempo se saca vejez y el que puede aprende o hace el ridículo frente al mundo, aunque esa desgraciada escena te nomine al Oscar de este año desde el criterio de un jurado tan estúpido y sectario como la directora del film, Sophie Hyde. En la entrevista Thompson dice cosas tan absurdas como: “A las mujeres nos han lavado el cerebro para que odiemos nuestros cuerpos. Es un hecho”. Y sin embargo su personaje confiesa que ha comprado el cuerpo del prostituto joven porque, aunque tiene proposiciones, no desea acostarse con hombres mayores y prefiere comprar carne fresca. Así que se comporta como un hombre, no procura felicidad sino que la experimenta como el macho más elemental y primitivo. Estas mujeres feminazis no pueden ser más necias. Me irritan su estupidez y su ignorancia. Las mujeres inteligentes no tenemos por qué olvidar el pudor personal para demostrar nuestro poder. Sólo desde la estulticia se puede ceder a hacer algo tan absurdo y vergonzoso. Hay que leer más y ponerse a ver cine clásico ya, en lugar de atormentar a los espectadores con semejantes adefesios, sobre todo si la naturaleza no te ha premiado con un cuerpo hermoso y atlético. 

Por Ana MEGÍAS CALERO

2 comentarios en «La mujer que no procura felicidad»

  1. Si me dices una Sharon Stone o una Kim Basinger (ambas mayores y más inteligentes que la Thompson), que seguramente sigan siendo atractivas incluso hoy. La amiga inglesa, como ya te dije por privado, no fue guapa ni a los 25. Y ahora necesita que sus amigos y los pelotas le digan lo buena que está. Aquellas (Kim, Sharon y muchas más) no necesitan que se lo digan.

    Lo saben.

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  2. Ana como todos tus artículos , este es también genial, lo leí en Facebook pero antes de terminarlo se fue la pantalla y no pude ni darle al “me gusta “así que me ha encantado que me lo mandes , gracias, enhorabuena y un abrazo.

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