La mejor película de todos los tiempos. Creo que la he visto veinte veces. Y digo que la he visto, en singular, porque para mí EL PADRINO I, II y III, son una gran película dividida en tres partes. Cada una de ellas forma con las otras un todo luminoso que no es sólo la adaptación de una buena novela de gansters, sino el relato de la historia de una familia que lucha por mantenerse unida contra sus enemigos y al final se destruye a sí misma.
EL PADRINO es un clásico superior a todas las obras de Shakespeare, es una tragedia como las de Sófocles, donde el Destino y la Justicia Poética actúan de manera inexorable como consecuencia de los actos de sus personajes.
El sentimiento de culpa, el amor, el poder, la piedad, la ambición, la muerte, son los temas eternos que componen este conflicto vertical que sólo puede desembocar en ese desenlace trágico, filmado, desde la enorme sensibilidad artística de Coppola, en la escena de la escalera del teatro de la Ópera, con un Al Pacino interpretando el dolor como nunca pudo, de nuevo, en ninguna otra película del resto de su vida.
Podría estar escribiendo sobre EL PADRINO durante horas, hay que verla con la reverencia que merece, atendiendo a los diálogos, a su paralelismo mitológico. El Padrino es Sófocles, Eurípides, Shakespeare, Calderón de la Barca, Cervantes, Dostoiesvki, tan grande como ellos, tan moral, tan pedagógico, tan eterno, tan moderno como los grandes clásicos de la civilización occidental. Dentro de cuatrocientos años se podrá contemplar con la admiración con que se verá El Quijote o La Vida es Sueño, si en el mundo aún quedan restos de lo que significan el Olimpo y el Hades en la vida de los hombres.
Por Ana MEGÍAS CALERO