Testimonio real de una refugiada ucraniana en España

Mi hijo Israel ha conocido a una señora ucraniana que ha llegado a Fuengirola con dos hijos pequeños y como está casado con una bielorrusa pudieron hablar en ruso con ella.


Dicha señora y sus hijos llegaron vestidos de crudo invierno, con los pantalones y las faldas ajados y rotos porque caminaron muchos kilómetros hasta llegar a la frontera donde pudieron subir a un autobús de una ONG malagueña. Cuando llegaron a Málaga, después de muchas horas, tomaron el tren a Fuengirola donde un amigo italiano les prestó un apartamento. Llegaron muertos de cansancio y hambre, se fueron a un chiringuito del Paseo Marítimo y allí pidieron un calamar porque nunca lo habían probado y querían conocer su sabor.


La camarera, ucraniana como ellos, les buscó el más grande del restaurante y pidió que se lo cocinaran a la brasa. Mientras el calamar se asaba donde los espetos, comenzaron una conversación con mi hijo y su mujer en ruso. Les contaron que Málaga era el infierno, que la ONG les había tratado como ganado durante el viaje y cuando llegaron a la ciudad les abandonaron en medio del parque sin prestarles ayuda de ningún tipo, desorientados sin hablar nuestro idioma, buscaron durante horas la Estación de tren para ir a la Costa hasta que la encontraron, sin ayuda de nadie, en Ucrania les habían dicho que España los acogería con cariño y escolarizarían a sus hijos, pero les habían tratado como a animales y les habían abandonado a su suerte. Mi hijo y su mujer les recomendaron que se dirigieran a la policía nacional y allí contaran su historia por si los funcionarios les ayudaban.


Esta realidad no sale en la televisión, ni en los periódicos, las ONG cobran las subvenciones y hacen su negocio, mientras maltratan a los refugiados de una guerra terrible, mujeres y niños en su mayoría, sin piedad, sin un gramo de conmiseración, dejando tirados a estas pobres personas que huyen de la muerte con la esperanza de que España les acoja.

Por Ana MEGÍAS CALERO

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