LA INSUFRIBLE REPRESENTACIÓN

La Colección, de Juan Mayorga

Ayer me dispuse a coger mi precioso coche para dirigirme al teatro en Málaga, habíamos sacado las entradas hace un mes mi amigo Rafael y yo para una función en el teatro de Antonio Banderas. Este teatro es una preciosidad y está diseñado con mucha inteligencia. El escenario es muy grande, casi como el del Cervantes, a la altura adecuada, con buena acústica, y buena visión desde todos los ángulos y alturas. El patio de butacas es elegante y cómodo, igual en la platea que en el piso de arriba. Todo el recinto es bonito y está pensado para hacer muy agradable su estancia en él, hasta los aseos son modernos y muy agradables. No sé quien dirigió el diseño, pero debió de ser Antonio, acostumbrado a pisar los escenarios de Broadway, aquí en España no hay arquitectos que sepan cómo debe ser un recinto teatral, los que construyen son horripilantes y tienen todos los problemas de visión y acústica para las representaciones, cuando restauran destrozan los que hay sin importarles lo mas mínimo las protestas de la gente del oficio. Jamás se han asesorado, practican la soberbia del ignorante sin inmutarse, sólo sirven al político que los contrata lo demás les importa un bledo. 

Para ir a Málaga hay que salir a la carretera una hora y media antes, el viaje que debiera durar media hora, se alarga a diario porque el colapso de coches impide que el tráfico sea fluido, me pregunto qué va a pasar cuando estemos en Julio y Agosto. Cuando se llega a Málaga hay que hacer cola para introducirse en el parking de La Marina, cercano al teatro, y después esperar para entrar lentamente al recinto. Todo este esfuerzo se hace cuando a una le interesa este arte. Se abandona la casa confortable, los libros que estás leyendo cómodamente en tu salón, las buenas películas y las estupendas series que puedes escoger en las diferentes plataformas. Todas esas incomodidades, incluido el precio de las entradas y de la gasolina y del parking. Pero todo vale cuando ves una buena representación, ese milagro artístico que se produce cuando contemplas un buen texto puesto en pie sobre las tablas, y unos buenos actores tienen la vergüenza y la dignidad de representarlo para conmovernos, o divertirnos, o sorprendernos .

Había visto la programación del teatro del Soho y en ella encontré a José Sacristán, venía encabezando el reparto de una función llamada “La Colección” acompañado de Ana Marzoa, Ignacio Jiménez y Zaira Montes. Existía una desconfianza previa y es que estaba dirigida y escrita por el hiperpremiado Juan Mayorga, un dramaturgo del que nunca he podido soportar una obra, todas me han parecido infumables, anti teatrales, bodrios de la primera a la última, pero siempre piensas que después de tantos años puede que haya aprendido a escribir y esta vez puedas contemplar un texto con cierta dignidad.

No, no voy a extenderme, porque aún hoy me invade el mal humor que me produjo esa desagradable función. Esto no es una crítica es una protesta en toda regla. José Sacristán no interpretó porque no había nada que interpretar, no hubo conflicto, ni historia, sólo entendimos lo que él decía, se limitó a andar por el escenario, sentarse, levantarse, entrar y salir de escena. El resto del reparto, a pesar de los micrófonos, no fue capaz de vocalizar ni una sola frase, ni proyectaron la voz. Hablaban como si estuviesen en un plató de cine de una mala película del cine español. Desesperados Rafael y yo resistimos las dos horas que dura esa tortura de manera heroica. Mi inteligente y sagaz amigo me había advertido: Ana que es el horrible Mayorga , el que ha escrito y dirigido eso… Pero yo pensé que Sacristán está muy mayor y había que verle por si este era su último trabajo, esperaba que tuviese la vergüenza de hacer una buena interpretación como colofón a toda su carrera teatral. Pero me equivoqué, demostró una ausencia de inteligencia gigantesca al introducirse en ese despropósito de función, en un decorado tan gris oscuro como el texto que dijo, lleno de cajas del mismo color, vacías como el cerebro de ese afamado individuo que lo escribió,  porque se limitó a decirlo, no lo interpretó porque no era un texto dramático. En el escenario no pasó nada en dos horas. Concluido ese tiempo se callaron y terminó el suplicio. 

El teatro cuando es malo es lo peor. Tienes la sensación de estar sometido a una cruel tortura para que confieses las peores fechorías con ese sufrimiento.

No obstante en lugar de salir corriendo, Rafael me propuso que esperásemos hasta ver la reacción del público. El teatro estaba lleno, como siempre, de personas de avanzada edad en su mayoría, comenzaron a aplaudir y fueron poseídos in crecendo, de un vigor que les impulsó a ponerse de pie e incluso a decir ¡bravo!… Atónitos mi amigo y yo, veíamos a los cuatro actores saludar sin complejos, aceptando los vítores de ese rebaño de espectadores que van al teatro a ver al famoso que sale algunas veces en la tele y consideran que tienen el deber de aplaudirle lo que haga, aunque no se hayan enterado de nada, porque NADA sucedió encima de las tablas. Me puse a recordar los últimos años del Franquismo, en nuestra juventud, en la dictadura y en los primeros años de la Transición, el público hacía lo que pasaba en el Siglo de Oro español, es decir a los espectáculos mediocres se les pateaba, a obras que eran obras maestras comparadas con la que estuvo anoche sobre el escenario del Teatro del Soho. Dicha representación habría sido interrumpida y sus intérpretes corridos a gorrazos. 

Antes de salir del edificio pasé por el aseo, allí un grupo numeroso de señoras comentaban la función, me acerqué a ellas y les pregunté si me podían explicar lo que habían visto: ninguna pudo responderme porque no lo sabían, habían venido a ver al actor famoso que conocían de muchas películas y eso era todo. Ese es el panorama actual, triste, desolador, indignante. 

Volví al parking de mal humor, pagué y emprendí el viaje de vuelta, cuarenta kilómetros hasta casa, no volveré al teatro hasta que no venga Albert Boadella de nuevo. Espero que traiga una de sus maravillosas obras lírico dramáticas.

Por Ana MEGÍAS CALERO

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