Aunque hace ya algunos meses que me lo terminé, Heart of Darkness no me había inspirado el escribir nada especial, hasta ahora.
Fue cuando me puse a reflexionar sobre temas de justicia y sus tejemanejes; en la demora de ¡años! con que se mal resuelven los pleitos; en fin, en este sistema aletargado, perezoso y sórdido que rige los asuntos legales, que de vez en cuando mis amigos policías y abogados tienen a bien compartir conmigo, y que tan sólo susurrándome superficialmente algunos de sus vericuetos hace que me invada el mayor de los desánimos.
El relato de Conrad trata de algo parecido. Va sobre el concepto de ‘civilización’. De cómo funciona, y cómo se alimenta. La inmensa mayoría de la gente vive en ella, disfrutando de las ventajas que la ilusión de seguridad y bienestar producen. Pero proporcionalmente, casi nadie conoce sus entresijos, sus tripas, el alcantarillado que recorre nuestra sociedad por su subsuelo, y sin cuya existencia simplemente nuestro mundo tal y como lo conocemos no existiría.
Marlow (de seguro un alter ego del propio Conrad), recorrió esos pasillos subterráneos, plagados hasta el último centímetro de muerte y decadencia. Su visión le espantó, y le cambió el alma, pero no apartó la mirada. Él fue un hombre valiente, y nos dijo la verdad, y solamente por eso merece que le admiremos y le demos las gracias. Porque conozco a poquísima gente dispuesta a asomarse a los interiores de la sociedad, las cámaras de mantenimiento de esta colosal maquinaria, de nuevo, las tripas. Y de esos pocos, prácticamente ninguno quiere no volver cuanto antes el cuello hacia otro lado, un lado en que no haya visiones de horror que le hagan comprender el terrible abismo que está a punto de tragarnos en todo momento.
No todos están preparados para soportar ese conocimiento. Kurtz, un hombre humanitario y cultivado procedente de la alta sociedad británica, creyó ser lo bastante fuerte como para aguantar esa carga. Pero se equivocó. El conocimiento le cegó y le volvió loco.
En otro artículo (https://jachi.es/teoria-del-avion-sin-piloto/) ya hice alusión a este peculiar delirio colectivo, llamado precisamente civilización, y que Joseph Conrad comprobó in situ la chifladura, los crímenes, y la destrucción más gratuita y voraz bajo las cuales dicha civilización se sustenta. Creemos que vivimos sobre un puente con remaches de acero, perfectamente reajustados cada 24 horas por operarios cualificados. Pero creo que es mejor saber (o no, hasta yo tengo mis dudas) que esta casucha está sostenida por chinchetas baratas, con tablones podridos y que en la próxima tormenta nos iremos todos a pique. Y cuando ocurra, quizá sea mejor que no nos sorprenda, no lo sé.
Este cuento tétrico fue hábilmente aprovechado por los productores de Apocalypse now, en un contexto perfectamente equiparable al de la novela original. Un contexto en que las decisiones arbitrarias y caprichosas de un puñado de mediocres medio majaras, hacen que uno de cada mil de nosotros abramos los ojos en una expresión deprimente y pesadillesca. Porque algunos sabemos lo que es El Horror. Y que vivimos más cerca de él de lo que nadie está dispuesto a aceptar.